[Este artículo es un extracto de mi curso «Edición de textos y corrección de estilo», en AulaSIC.]
Las razones por la que se aplican los procesos de transformación y optimización que describimos anteriormente a los originales de un autor (sea este escritor, redactor por encargo/negro editorial o traductor), desde que se reciben del propio autor hasta que llegan al impresor o adquieren forma de publicación digital, son básicamente seis:
1. El cumplimiento por parte del editor de una parte del pacto establecido con el autor mediante el contrato de edición, que consiste en poner en manos del lector su obra transformada a un determinado formato de publicación, tan funcional y normalizada como sea posible.
2. El cumplimiento por parte del editor del pacto tácito con el lector, que se establece en el momento de adquisición de una obra publicada y que presupone que el lector/comprador recibirá una obra suficientemente comprensible, legible, manejable y disfrutable a cambio del precio que paga por ella. Este es un pacto solo parcialmente protegido por ley, pero su incumplimiento tiene otras sanciones (crítica pública y abandono de la lectura) que resultan muy perjudiciales para el autor y el editor.
3. La creación y la publicación de obras escritas corresponden a un tipo específico de comunicación compleja (la comunicación escrita, tecnificada, formal, diferida, intermediada, y a menudo especializada de textos complejos y variados), que conlleva toda una serie de desventajas, dificultades y obligaciones:
→ En el caso del traductor, la dificultad de comprensión y reexpresión que pueden suponerle una obra o un autor determinados que sobrepasen su cualificación o su nivel de inspiración.
→ En el caso tanto del autor como del traductor, la dificultad que conlleva el conocimiento y dominio del código escrito, debido a su carácter artificial, y a la multiplicidad de convenciones que abarca. El dominio del código escrito requiere un aprendizaje guiado y consciente, y un cultivo persistente y esforzado, la que hace que muchos autores no lo dominen debidamente y cometan deslices.
→ Ante un receptor ausente (el lector) del que no se saben mucho o no se sabe nada, los autores (emisores) y los editores (intermediarios en la comunicación diferida) que quieran satisfacer y fidelizar a sus lectores se verán obligados a que su texto (mensaje) sea todo lo claro, preciso y explícito posible, lo que les exige saberes y destrezas que no siempre reúnen y que es necesario suplir a lo largo del proceso de edición.
4. La diversidad tipológica (temática, lingüística, estilística y de género) de las producciones escritas y la complejidad de las ideas suponen un reto más para el autor o el traductor, y a menudo se hace necesario compensar sus carencias a la hora de construir los textos y articular las ideas de manera coherente y adecuada a un tipo de texto y a un lector determinados.
5. El ingrediente específico de las publicaciones, esto es, las artes gráficas y el saber tipográfico que permiten producir textos legibles, estéticos, funcionales, manejables y duraderos, son un conocimiento técnico que los autores suelen ignorar por completo o casi por completo, y una de las carencias que más requiere que el autor no se autoedite y cuente con un editor o con la asistencia de servicios editoriales.
6. La falibilidad, tanto humana como tecnológica; es decir, el sinfín de errores propios o por transmisión que pueden llegar a ocasionar todas las personas y profesionales por cuyas manos pasa una obra, y los fallos y deficiencias de las propias tecnologías que se usan para transformar una obra original en producto editorial.
→ La dificultad intrínseca al trabajo de escritura y de traducción de centrar la atención en aspectos de minucia formal (unificación de criterios gráficos, erratas, alfabetizaciones, correlaciones numéricas....).
→ Los efectos de la saturación (descenso de los niveles de atención y la capacidad de discernimiento por exceso de exposición a un texto y por sobrecarga cognitiva, que se da incluso entre los profesionales con una metodología de lectura específica, como los correctores).
→ Los riesgos del «cruce de cables» por solapamiento de tareas que se dan entre los profesionales todoterreno, es decir, en trabajadores editoriales que reúnen diversos perfiles en uno, con toda la sobrecarga de competencias y tareas que ello supone.
→ La dificultad (cada vez menor) de manejo de los sistemas tecnológicos de procesamiento y composición de textos, que el autor delega en profesionales de la edición.
→ Los errores que aparecen en el curso de la edición de la obra, debidos a las transformaciones (tecnológicas o por intervención humana) que sufre y, particularmente, a su puesta en página. La reparación de estos errores puede resultar muy costosa para la editorial si tiene que hacerse una vez publicada la obra, puesto que puede obligar a retirar y retapar toda una edición.
Los ejemplos de la ausencia de buenos profesionales de la edición y la corrección en la elaboración de una publicación son abundantes en el mundo de la autopublicación y de las publicaciones periódicas de entidades y colectivos. Pero cuando se dan en el mundo de la edición profesional y comercial pueden considerarse un fraude al autor y al lector y conllevan a menudo grandes perjuicios económicos y de imagen pública para el autor (escritor o traductor) y el editor, que se ilustran y detallan profusamente en esta conferencia impartida en el Servicio de Plublicaciones de la Universidad de Cádiz.
Silvia Senz