Un estándar lingüístico es una forma deliberadamente elaborada, artificial y convencional de expresión verbal, resultante de un proceso de estandarización que implica:
– la selección de una o más variantes (sociales, geográficas o funcionales [registros y estilo]) como base del estándar;
– la criba y la recombinación de ciertos rasgos de las variantes seleccionadas, según una serie de criterios de selección suplementados con cierta dosis de arbitrariedad;
– la normativización o formulación de normas de tipo prescriptivo (que recomiendan u obligan a adoptar ciertos usos, marcados como correctos) y proscriptivo (que prohíben otros, marcados como incorrectos);
– la codificación, o formalización del modelo de lengua obtenido en diversos códigos normativos, que, para el lenguaje general, básicamente han de ser tres: diccionario general, gramática y ortografía.
Contrariamente al mito que sostiene que es necesaria la creación y difusión de un estándar lingüístico (un modelo de lengua «común») para reducir la variación y garantizar la comunicación entre los hablantes de lo que se considera una misma lengua, lo cierto es que un estándar lingüístico —y no necesariamente un único estándar— sólo se requiere para facilitar la intercomprensión en situaciones de comunicación diferida, técnica y de gran alcance (medios escritos o de comunicación masivos, comunicación especializada y comunicación internacional), y que es sobre todo un medio para alcanzar los objetivos políticos, sociales, culturales y económicos que acompañan la conformación y explotación de mercados lingüísticos.
– academias de la lengua u otro tipo de organismo estandarizador;
– medios editoriales o periodísticos (productores de diccionarios, gramáticas, ortografías y libros de estilo que se adoptarán como modelo de lengua estándar),
– y gramáticos normativos, lexicógrafos y ortógrafos.
Asimismo, las normas en que un estándar se explicita tienen poco que ver con las reglas por las que naturalmente se rige una lengua y no se corresponden tampoco con el conjunto de convenciones implícitas que se adoptan de manera no deliberada en una comunidad lingüística (la llamada norma consuetudinaria), que son convenciones tácitas, variadas y muy dinámicas.
1. Son simplificaciones (en diverso grado según el modelo de estandarización que se aplique) de la variedad lingüística presente entre la población afectada, razón por la cual son sistemas inherentemente defectivos y limitados a la hora de cubrir las diversas necesidades de producción y expresión lingüísticas.
2. Son excluyentes: instituyen los usos integrados en la norma como patrón de actuación lingüística y rechazan implícita o explícitamente el resto con énfasis prescriptivos que pueden presentar una gradación que va desde la proscripción hasta la no recomendación de un uso.
3. Tienen un carácter estable hasta que se hace necesario revisarlas, por ejemplo para:
– ajustarlas a la evolución de la lengua natural;
– adecuarlas a nuevas concepciones del lenguaje y a nuevos conocimientos sobre las condiciones de uso de una lengua;
– ampliar el estándar y habilitarlo para nuevas funciones lingüísticas;
– adecuarlo a nuevos objetivos de ordenamiento lingüístico de la población;
– corregir errores e inconsistencias de las propias normas (incorrecciones lingüísticas, problemas de sistematicidad, de congruencia, arbitrariedades normativas...).
4. Tienen un carácter artificial y virtual; esto es, la norma por sí misma no se hace efectiva si no llega a aplicarse, lo que exige facilidades de implementación y la participación activa de todas las partes implicadas.
La selección de las variedades (diatópicas, diastráticas y diafásicas) y formas (léxicas, gráficas y gramaticales) que servirán de base para elaborar el estándar se realiza a partir de la aplicación de una serie de criterios de selección de carácter estrictamente funcional en algunos casos, pero en su mayor parte de tipo axiológico en tanto que suponen la asociación de ciertos valores a las variantes y formas seleccionadas. Es la aplicación de estos criterios en la selección de las variedades sobre las que se elaborará el estándar la que establece la diferenciación entre usos correctos e incorrectos:
1) Criterio diastrático (valor de mercado social). Se avalan las variantes socialmente «prestigiosas», usadas por la gente instruida y por las clases dominantes, a cuyas producciones verbales se ortorga un elevado valor de mercado.
En el origen de este criterio estaría el principio de consensus eruditorum (uso lingüístico de los doctos) de Quintiliano, como modelo de puritas (pureza o corrección en el empleo del lenguaje), opuesto al consensus popularis (uso lingüístico del pueblo) de Cicerón. Este criterio, tradicional en la norma académica, permanece en el Diccionario panhispánico de dudas (2005) y en la Nueva gramática de la lengua española (2009).
2) Criterio de historicidad (valor genealógico y tradicional). Según este criterio, se opta por las formas avaladas por la antigüedad o la tradición: las que se ajustan más al étimo, y las que tienen una mayor «solera» escrita o literaria.
Este es, por ejemplo, el criterio que mantiene, en la norma académica, la h etimológica no diacrítica y la condena del laísmo, el loísmo y el leísmo y otros desvíos del paradigma etimológico de los pronombres personales átonos, apoyada, esta, también en los criterios diastrático y diatópico.
3) Criterio diafásico (valor estilístico). Se seleccionan los usos consagrados por la lengua escrita, particulamente por el registro literario.
Desde el Diccionario de Autoridades, en el modelo académico del español, la lengua literaria ha sido una referencia permanente, a la que se ha añadido, desde el Diccionario panhispánico de dudas (2005), el lenguaje de la prensa.
4) Criterio canónico (valor cualitativo o estético). Se seleccionan los usos consagrados por cierto grupo de escritores o en cierta etapa literaria considerada particularmente sublime por los codificadores. Tradicionalmente, la norma del español tomó como modelo a los autores de los Siglos de Oro, con la excepción particular de los escritores del barroco. Este criterio guarda relación con la idea de la corruptio linguae, según la cual se entiende la vida de una lengua como un proceso de nacimiento, desarrollo, declive y muerte, que puede detenerse antes de la fase degenerativa mediante la fijación y perfeccionamiento del idioma en el punto de desarrollo que se considere de mayor brillantez, finalidad que guió a la RAE durante siglos y que consagró en su lema tradicional «Limpia, fija y da esplendor».
5) Criterio diatópico (valor geográfico). Es el principio por el que se seleccionan las formas de uno o más centros geográficos para integrar el estándar de una lengua.
Según repite el discurso oficialista, el estándar del español se ha basado en los usos de las élites cultivadas del centro-norte de Castilla hasta el Diccionario panhispánico de dudas (dpd; 2005), aunque lo cierto es que ciertas formas privativas de España no han perdido en esta obra su tradicional privilegio. Lo excepcional es que la norma académica actual avale formas diversas de distintos centros geográficos para un mismo uso. Un caso excepcional, en este sentido, de aplicación del criterio diatópico es el de la adaptación gráfica en el dpd del anglicismo jersey:
jersey. ‘Prenda de punto y con mangas que cubre desde el cuello a la cintura’ y, en algunos países americanos, ‘tejido de punto’. La voz inglesa jersey se ha adaptado al español en distintas formas. En España se emplea jersey (pl. jerséis, → plural, 1d), que también tiene cierto uso en algunos países americanos: [...]. No es correcto el singular jerséi, ni los plurales jerseys o jerseises. Junto a jersey, existen las adaptaciones yérsey (pl. yerseis), usada sobre todo en América, y yersi (pl. yersis), propia de algunas zonas de Andalucía occidental: «Se puso su yérsey marinero» (Skármeta Cartero [Chile 1986]); «El yersi granate que a tía Blanca se le había quedado chico» (Mendicutti Palomo [Esp. 1991]). Se recomienda adaptar siempre la grafía a la pronunciación, de manera que quien pronuncie [jerséi] escriba jersey, quien pronuncie [yérsei] escriba yérsey y quien pronuncie [yérsi] escriba yersi. [rae y Asale, dpd2005, s. v. jersey, p. 380; la negrita es nuestra.]
Criterio democrático por excelencia, no tiene aplicación en la norma del castellano, dado que, en lo relativo a grupos poblacionales, se prioriza el criterio diastrático, que favorece a una minoría: la clase cultivada.
7) Criterio de diasistematicidad (valor cohesivo). Se da preferencia a las formas comunes a la mayor parte de sistemas lingüísticos que componen una lengua (o a todos si se da el caso), cuya débil marcación étnica favorece, por un lado, su aceptación general, y cuya marca de colectividad contribuye a asentar la conciencia de una identidad común entre los hablantes.
No obstante, cuando se trata de usos lingüísticos mayoritarios en América (donde radica el 90 % de la población hablante de español), es usual que la norma académica desvirtúe el valor cohesivo de esas formas. Véase, por ejemplo, la valoración que, en el lema amarar, hace el dpd sobre la extensión geográfica de una de las formas recomendadas:
amarar. Dicho de un hidroavión o de un vehículo espacial, ‘posarse en el agua’: «¿Y si un desperfecto nos obliga a amarar en pleno océano?» (Tibón Aventuras [Méx. 1986]). El español dispone de otros verbos con el mismo sentido e igualmente aceptables, como amarizar y acuatizar: «Secuestraron un pequeño avión de turismo y amarizaron cerca de las costas de Florida» (Proceso [Méx.] 8.12.96); «La ensenada de Manzanillo, donde acuatizaban los hidroaviones» (GaMárquez Amor [Col. 1985]). Existe también amerizar, formado sobre amerizaje, adaptación gráfica del francés amerrisage: «Había seleccionado una nave [...] capaz de amerizar en el océano» (Vanguardia [Esp.] 21.7.94). Mientras acuatizar solo se usa en el español de América, los otros verbos se extienden por todo el ámbito hispánico. [...] [rae y Asale, dpd2005, s. v. amarar, p. 43; la negrita es nuestra.]
a) Criterio de genuinidad (valor purificador). Cuando se quieren marcar distancias respecto a una lengua dominante cualquiera, se priorizan las formas patrimoniales (las que se ajustan a los patrones fónicos y morfosintácticos más estables del sistema o de los sistemas lingüísticos estandarizables) y endógenas (las que se originan en el propio sistema).
Este criterio es también una constante en la norma del español, especialmente a la hora de regular los extranjerismos y los neologismos. Por ejemplo:
sándwich. Voz tomada del inglés sandwich —pronunciada corrientemente [sánduich o sánguich]— que designa el conjunto de dos o más rebanadas de pan, normalmente de molde, entre las que se ponen distintos alimentos. En español debe escribirse con tilde por ser palabra llana acabada en consonante distinta de -n o -s (→ tilde2, 1.1.2). Su plural es sándwiches (→ plural, 1i): [...]. Con este mismo sentido, existe la palabra española emparedado, puesta en circulación en el último tercio del siglo xix, cuyo uso es preferible al anglicismo: [...]. [rae y Asale, dpd2005, s. v. sándwich, pp. 586-587; la negrita es nuestra.]
9) Criterio analógico (valor imitativo). Se prefieren las formas que presentan características análogas a las de las formas preferidas en la tradición normativa de otra u otras lenguas. Así como el criterio de autonomía amplía las distancias con repecto a otras lenguas o variantes, el criterio analógico las aproxima.
El modelo normativo académico no sigue particularmente este criterio. Por ejemplo, en el lema karst, el dpd no da preferencia a la grafía habitual en otras lenguas románicas:
Lema karst (p. 385):
karst. ‘Paisaje de relieve accidentado, originado por la erosión química de terrenos calcáreos’. [...] Este sustantivo masculino procede del topónimo Karst, nombre alemán de una región de Eslovenia constituida por mesetas calizas; de ahí que sea mayoritaria, y preferible, la grafía etimológica con k-, frente a carst, variante gráfica también documentada. Para el adjetivo derivado pueden usarse las formas kárstico y cárstico, siendo preferible la primera.
10) Criterio de regularidad (valor de homogeneidad y sistematicidad). Se da preferencia a las formas gramaticalmente más regulares y a los paradigmas más homogéneos, lo que supone evitar el alomorfismo.
11) Criterio de regularidad diacrónica (valor de estabilidad). Se seleccionan las formas que han evolucionado a un ritmo lento y constante.
12) Criterio funcional. Se prefieren las formas que aportan alguno de los siguientes valores funcionales:
– Difusión: se prefieren las formas más difundidas porque son las más disponibles, las que tienen mayor amplitud de aplicación y las que están más acordes con las tendencias generales de la lengua.
En la norma académica, es habitual que este criterio se falsee, pues se recomiendan, por razones de uso mayoritario (difusión), formas que en realidad son privativas de unos pocos territorios. Por ejemplo, el españolismo a por, que estuvo proscrito por las gramáticas académicas al menos desde 1880 por «combinar dos partículas incongruentes», ha quedado aceptado, sin vacilación, tanto por el dpd como por la ngle2009. Por contra, adaptaciones de sandwich de uso general en muy diversos países de América están proscritas de la norma académica por razones que no se corresponden con la realidad de su uso:
sándwich. Voz tomada del inglés sandwich —pronunciada corrientemente [sánduich o sánguich]— que designa el conjunto de dos o más rebanadas de pan, normalmente de molde, entre las que se ponen distintos alimentos. En español debe escribirse con tilde por ser palabra llana acabada en consonante distinta de -n o -s (→ tilde2, 1.1.2). Su plural es sándwiches (→ plural, 1i): [...]. Esta es la forma mayoritariamente usada por los hablantes cultos en todo el ámbito hispánico, aunque en algunos países americanos, especialmente en Colombia, Venezuela, Chile y el Perú, circulan adaptaciones como sánduche o sánguche, más propias de registros coloquiales y desaconsejadas en favor de la unidad. [...]. [rae y Asale, dpd2005, s. v. sándwich, pp. 586-587; la negrita es nuestra.]
En la norma académica del español, también es este es el criterio que mantiene en la ortografía la distinción [s]/[θ] —de [kása] frente a [káθa]—, aun siendo evidentemente minoritaria dentro del conjunto de hablas hispánicas debido a la generalización del seseo en las hablas americanas y aun en algunas españolas (canarias y meridionales).
– Inteligibilidad: se avalan las formas que, por su difusión, por su regularidad, por su distintividad, por su tradición, por su carácter diasistemático o por cualquier otro valor se consideran más fácilmente comprensibles.
– Simplicidad: se prefieren aquellas formas que, con un mismo grado de inteligibilidad, presentan menos problemas para el aprendizaje. Este es uno de los criterios que prevaleció en la reforma ortográfica de Bello, que, frente a la de la rae, se mantuvo como oficial en diversos países de América hasta 1927.
– Representatividad: se seleccionan las formas gráficas con capacidad de acoger cualquiera de las pronunciaciones vigentes en la comunidad de hablantes a la que se dirige el estándar.
Esta es otra razón, por ejemplo, por la que en el sistema ortográfico del español se mantienen las grafías c ante e, i y z ante a, o, u, correspondientes al fonema fricativo interdental sordo /θ/, aun siendo su realización minoritaria en el ámbito de habla del español.
[Sigue en: «Autoridad, norma y corrección, 4: ¿a qué modelo de estándar pertenece la norma académica?».]
Bibliografía
Senz, Silvia, Jordi Minguell y Montserrat Alberte: «Las academias de lalengua española, organismos de planificación lingüística», en: Silvia Senz y Montserrat Alberte: El dardo en la Academia. Barcelona: Melusina, 2011, vol. 1, 371-550.