lunes, 16 de junio de 2014

Autoridad, norma y corrección, 2: castellano/español natural frente a castellano/español cultivado

[Viene de: «Autoridad, norma y corrección, 1: autoridad académica y autoridades lingüísticas».]

Español (o castellano, pues ambas palabras se comportan a menudo como sinónimas) es un concepto convencional que, en lingüística,1 sirve para designar un conjunto evolutivo (diasistema), variable en el espacio y también en el tiempo, de múltiples formas de habla —clasificadas, como veremos, en variantes geográficas, sociales y funcionales—, cada una de las cuales es considerada por la ciencia del lenguaje como un sistema de signos que se combinan, siguiendo reglas propias, para construir sentido.



Cuando hablamos de español, pues, nos estamos refiriendo en realidad a un concepto abstracto, es decir, a una clasificación convencional de variedades lingüísticas. Para que se entienda: el español no existe; lo que existe y es tangible son las diversas hablas y variedades cultivadas que lo conforman.
Pero ¿en cuántas variantes exactamente se concreta el español? En la clasificación tipológica de las lenguas que propone Juan Carlos Moreno Cabrera (2003), vemos que el español queda categorizado como sigue: filo indoeuropeo > familia romance (subfamilia occidental) > grupo galo-íbero-romance (subgrupo íbero-romance). 


Dentro de esta categoría, Moreno Cabrera (2003: 188-189) precisa que el español comprende 60 geolectos, además del estándar como variedad artificial: 1 variedad extinta (el mozárabe, hablado hasta el siglo xi en la España musulmana), y 59 variedades geográficas vivas repartidas entre Europa (de las que se mencionan 31 sólo en España), América (de las que se mencionan 24, casi todas variedades nacionales), Asia (español filipino y chabacano, en Filipinas, y judeo-español, vivo en Turquía e Israel) y África (español guineano). Teniendo en cuenta que la variación del español en América no cuenta con el volumen de estudios de descripción dialectológica que sí tiene el castellano en España, cabe concluir que este cómputo de geolectos del español es forzosamente incompleto y que la variedad geográfica es en realidad muchísimo mayor. 

Por tanto, cuando se dice que el español (u otra lengua cualquiera) tiene x número de hablantes —y suponiendo que en el cómputo sólo se cuenten los hablantes de español como primera lengua, lo que no ocurre en absoluto en las hinchadas cifras oficiales— lo que se está diciendo es que la suma de hablantes nativos de las diversas formas convencionalmente agrupadas bajo la etiqueta de español da ese resultado, pero no que haya x número de hablantes que se expresan de la misma manera.
Para diferenciar lo que son variedades de habla clasificables dentro de un mismo grupo de lo que son variedades pertenecientes a otras lenguas, los especialistas utilizan criterios históricos y formales no coincidentes con aquellos tópicos que un grupo de hablantes suele emplear intuitivamente para diferenciarse de otros grupos. 
 
 

 
El principal de estos lugares comunes es el criterio de intercomprensión, es decir, la creencia de que, si dos personas utilizan variedades mutuamente inteligibles pese a las diferencias, puede afirmarse que esas dos variedades forman parte de una misma lengua. 
 


Los propios hechos evidencian que este criterio no es siempre válido: existen variedades lingüísticas tipológicamente consideradas parte de una misma lengua entre las que hay dificultades de intercomprensión, e incluso el caso contrario: lenguas independientes cuyos hablantes se entienden sin gran dificultad. Así, por ejemplo, las distancias interlingüísticas en el bloque de los dialectos italianos o en el de los dialectos alemanes son en ciertos casos mayores que las que se dan en el conjunto de las lenguas escandinavas (noruegos, suecos y daneses). 
 

 
Así pues, la diferenciación que establecen las clasificaciones tipológicas de la lingüística no coincide habitualmente con aquello que un hablante común considera una lengua distinta de la suya. 
 
A pesar de ello, todo hablante tiene conciencia de la existencia de lenguas distintas, cuyos nombres conoce, y es capaz incluso de situar toscamente algunas de ellas en un mapamundi. Pero si observáramos la ubicación y delimitación en un mapamundi de las lenguas que un hablante común manifiesta conocer, veríamos que esa consciencia de la diversidad lingüística está determinada por factores no lingüísticos, precisamente. 
 
En primer lugar, comprobaríamos que las lenguas que los hablantes suelen situar en el mapa mundial son las lenguas con un mayor número de hablantes y mayor extensión territorial, por efecto de una historia expansiva. Y que incluso son lenguas que no son las originarias de dicho territorio, que a menudo han sido minorizadas por la llengua exógena y hegemónica.
 

 
En segundo lugar, que no se suelen situar lenguas distintas en un mismo territorio político.  
En tercer lugar, en la representación de las lenguas del mundo de un hablante común, las lenguas de transición, o fronterizas (aquellas que marcan un punto de confluencia interlingüe y que no han sido eliminadas por procesos políticos de homogeneización), brillan por su ausencia.
 
 


En cuarto lugar, que no se representa tampoco la intravariedad de una misma lengua en el territorio en el que se la sitúa.
 
 

 
Y en quinto lugar, veríamos que el hablante común suele identificar variedades geográficas de una misma lengua como lenguas distintas, por el simple hecho de tener denominaciones diferentes (serbio y croata, o valenciano y catalán) e incluso distintos estatutos jurídicos en sus respectivos territorios.
 
 

 
En definitiva, y por poner un ejemplo claro: el mapa del castellano/español que dibujaría un hablante europeo se parecería al atlas político-histórico del nacimiento y expansión de esta lengua en el mundo, especialmente de los lugares donde se ha implantado (azul oscuro en la imagen).
 


 
El mapa de un «lego» del castellano/español tendría muy poco que ver con el atlas que para esta misma lengua trazaría un especialista en dialectología, cuyas representaciones gráficas de las fluctuaciones e interconexiones entre diversos rasgos de las hablas del castellano/español más bien guardaría parecido con un mapa meteorológico. 
 


 
Distribución del voseo:
  hablado + escrito
  principalmente hablado
  hablado, en alternancia con el tuteo
  ausente



 

 
 
Este simple ejercicio de observación de la percepción que el hablante común tiene de las fronteras lingüísticas pone en evidencia que lo que se identifica y sitúa habitualmente como lengua no es ciertamente una lengua real, sino un artefacto funcional, ideológico y político, con fines homogeneizadores, al que conocemos como lengua estándar (o normativizada).
El estándar de una lengua no es un reflejo de la lengua viva, sino una elaboración restrictiva de la variedad, convencional y en buena medida arbitraria, que sirve de patrón de referencia para diversos usos (escritura, enseñanza a a extranjeros, comunicación intralingüe...). 
El estándar se construye artificialmente a partir de una o más lenguas (variedades) naturales, a las cuales se superpone, sin llegar a reemplazarlas, y se difunde como consecuencia de:
1) la acción conjunta de determinadas condiciones históricas, ideológicas y socioeconómicas
2) de las políticas aplicadas sobre los grupos lingüísticos y culturales humanos —en las que tienen participación principal las academias de la lengua—; 
3) de ciertos instrumentos de difusión, y 
4) de determinados mecanismos psicosociales. 
 
Así pues, es posible afirmar que nadie habla propiamente una lengua, sino modalidades diversas. Y nadie habla un estándar que solo existe en el papel—, sino modalidades de lengua más o menos formales.


Al igual que el concepto técnico y convencional de lengua es, como hemos visto, una abstracción creada para el estudio filogenético y ontogenético de las hablas humanas en el tiempo y en el espacio geográfico y social, para la clasificación de la variedad verbal también se han establecido categorizaciones.  

En una primera instancia, se distingue entre dos tipos principales de variedades del lenguaje verbal:

  • las asociadas a los usuarios (hablantes), derivadas de las características de los individuos y los grupos humanos;
  • las asociadas al uso verbal, o funcionales, derivadas de las diversas formas de aplicación del lenguaje verbal y de su función en la sociedad y en el mundo cultural.

Estas variedades principales se subdividen y manifiestan a su vez en otras más:

1. Variedades asociadas a los usuarios:
a) variedades individuales, o idiolectos, que responden a características personales de la forma de expresión de un hablante;
b) variedades diacrónicas, o cronolectos, observables a lo largo de la historia de una lengua;
c) variedades diastráticas, o sociolectos, relacionadas con la pertenencia a un determinado grupo o clase social;
d) variedades diatópicas, o geolectos (tradicionalmente llamados también dialectos, término ambiguo en desuso), que caracterizan las formas de expresión de los hablantes de una zona geográfica delimitada.

2. Variedades asociadas al contexto de uso de una lengua (también llamadas registros, variedades diatípicas o variedades diafásicas): uso general/específico, formal/informal, general/local, objetivo/subjetivo, preparado/espontáneo, científico, literario, etc., que presentan a su vez gradaciones y subdivisiones estilísticas. 


Un estándar lingüístico suele estar asociado con los grados más alto de los registros formal, general y escrito, es decir, con variantes artificiales y cultivadas de una lengua, con características propias y muy alejadas del lenguaje natural (oral y conversacional).

En efecto, contrariamente al lenguaje oral, el lenguaje escrito es un artificio humano (no natural) elaborado deliberadamente en ciertas sociedades —no en todas, por lo que no es un rasgo común de la especie humana—, con diversos fines y aplicaciones, y enmarcado en una situación de comunicación verbal con características peculiares y diferenciadas de la comunicación oral, cuyas diversas formas (sistemas de escritura, tipologías textuales y estilos) responden a peculiaridades de cada lengua y a distintas tradiciones y contextos de uso de la lengua escrita. 
El lenguaje escrito cuenta, en relación con el oral conversacional, con muchas más desventajas que ventajas: tiene a su favor una capacidad de almacenaje, preservación y transmisión duradera del conocimiento y de la creación cultural verbal muy superior al de la memoria humana y la transmisión intergeneracional; y en su contra tiene el hecho de ser un código comunicativo deficitario, que presenta un potencial muy inferior de eficacia: no cuenta con las ventajas de la presencia y reconocimiento del receptor; del feedback comunicativo y de la posibilidad de detección y reparación inmediata de desajustes e interferencias; del refuerzo proxémico, paralingüístico y no verbal; de la comunicación multicanal... 
Para suplir estas importantísimas carencias y optimizar sus ventajas, los artífices del código escrito (escritores, retóricos, gramáticos, ortógrafos...) desarrollan paulatina y convencionalmente todo un aparato de complejas reglas de construcción y de recursos paratextuales y expresivos, en parte tomados del habla natural, en parte elaborados. La formalización de las artificiosas reglas del código escrito requiere un análisis y descripción del lenguaje natural en el que se apoya, así como de los fenómenos de representación y construcción exclusivos del código escrito. Esta descripción (materializada en ortografías, gramáticas, manuales de retórica y estilística...) requerirá a su vez del desarrollo de un metalenguaje, es decir, de un lenguaje que permita conceptualizar el sistema descrito, y estará determinada por las teorías lingüísticas y los modelos de análisis que prevalgan en una época determinada. A medida que el código escrito evolucione y también lo hagan las teorías lingüísticas y los modelos de análisis, los términos de la descripción variarán (o deberían variar).

Además de ser útil para los teóricos del lenguaje, la descripción de una lengua se emplea en la enseñanza de las reglas de escritura. Así, por ejemplo, haber definido el número gramatical y distinguido los morfemas de singular y plural, y haber establecido categorías y subcategorías gramaticales como artículo y sustantivo, e indefinido y definido permite:

  • clasificar una como forma femenina singular del artículo indefinido un, y radio ( que entra como cultismo ya en el primer diccionario académico, de Autoridades) como sustantivo femenino singular,
  • enseñarle al niño que el artículo y el sustantivo, en castellano, se escriben de manera segmentada.

El problema surge cuando esta clasificación topa con la evidencia de que la mayoría de formas sustantivas acabadas en -o en español no son femeninas, sino masculinas. Cuando en la escuela se le enseña a un niño lo contrario no se le están transmitiendo simples descripciones de una lengua, útiles para aprender a escribirla, sino un modelo de lengua establecido en un estándar (el estándar académico del castellano) en el que se priman las realizaciones de las élites cultas y del registro escrito, de tal modo que a menudo se fijan como normativas ciertas formas lingüísticas que no se ajustan a los patrones de la lengua natural. Este es el caso del ejemplo que hemos expuesto: el estándar español consagra la grafía una radio y, con ello, el género femenino de este sustantivo, a contracorriente de la tendencia histórica del castellano a acomodar las palabras extrañas (cultismos o extranjerismos) a sus propias reglas; en este caso, a masculinizar los sustantivos acabados en -o (R. Menéndez Pidal, 1987 [18.ª ed.]: 11 y 213), de la que se derivan la pronunciación y flexión populares un arradio, el arradio, etc., consistentes con los rasgos endógenos del idioma.

  
Cuando ciertas gramáticas supuestamente descriptivas clasifican de agramaticales estas y otras formas, a sabiendas de que no hay forma de lenguaje natural sin reglas o con reglas deficientes —porque de ser así la comunicación entre sus hablantes sería imposible—, podemos decir que se está incurriendo en una manipulación deliberada e irresponsable de las ideas que los hablantes albergan sobre sus variantes, con el fin de promover la adhesión a aquellas formas que sirven de base al estándar y, con ello, la uniformación de los usos. Y decimos «irresponsable» porque los efectos de esa manipulación en el hablante cuya variante es tildada de incorrecta son siempre la marginación, la inseguridad lingüística o el autoodio.

Cuando, por otra parte, la norma estándar tilda de incorrecto un uso generalizado en una determinada variedad natural creyéndolo verdaderamente un desajuste del sistema lingüístico al que pertenece, muy a menudo se da el caso de que tal uso es deficientemente comprendido, o no comprendido en absoluto, por el gramático o la institución prescriptivista que lo reprueba, bien debido a sus propias limitaciones analíticas, bien debido a que la información disponible sobre el fenómeno (descripción) es insuficiente para analizarlo debidamente. Para colmo, este tipo de excepciones artificiosas a una regla natural dificultan el aprendizaje de la lengua escrita: cuando, en los puntos de contacto entre lo oral y lo escrito, mayor sea la distancia que abre el estándar, tanto más habrá que estudiar sus reglas, y más fallos habrá en su empleo. 
 
Formas intermedias entre lo oral y lo escrito son, además, los registros orales formales o protocolarios: disertaciones en forma de monólogo o conversaciones ritualizadas, previamente planificadas según patrones elaborados, sistemáticos y más o menos fijados. 
 
Todavía lejos del dominio académico se desarrollan espontáneamente otras formas de intersección de lo oral y lo escrito a que ha dado pie la extensión de sistemas de teleconversación escritos (correo electrónico, chats en línea, mensajes cortos [sms]...). Resultado de ello son nuevas tipologías textuales muy cercanas a la lengua coloquial, que incorporan recursos de representación de la información no verbal y paraverbal propios, ajenos a los cánones establecidos por los gramáticos prescriptivistas y las academias, para enorme irritación de estos.


Tales formas de oralidad escrita prueban de nuevo los límites comunicativos de lo escrito y, al mismo tiempo, muestran que pueden desarrollarse y probarse nuevos códigos de comunicación interpersonal de manera consensuada, capaces de evolucionar con la propia deriva tecnológica y las nuevas condiciones de interacción, sin necesidad de contar con la supervisión y aprobación de ningún organismo de estandarización.
Notas 
1 Decimos «en lingüística» para enfatizar que la palabra español tiene, en sus usos ideológico y político, una dimensión nacionalista, esto es, identitaria y unitarista.

Fuentes bibliográficas

Menéndez Pidal, Ramón (1987): Manual de gramática histórica española, 18. ª ed., Madrid: Espasa-Calpe. 
Moreno Cabrera, Juan Carlos (2003): El universo de las lenguas: clasificación, denominación, situación, tipología, historia y bibliografía de las lenguas, Madrid: Castalia. 
(2008b) «Gramáticas y academias. Para una sociología del conocimiento delas lenguas», Arbor, vol. clxxxiv, núm. 731 (mayo-junio 2008), pp. 519-528. 
Senz, Silvia, Jordi Minguell y Montserrat Alberte: «Las academias de la lengua española, organismos de planificación lingüística», en: Silvia Senz y Montserrat Alberte: El dardo en la Academia, Barcelona: Melusina, 2011, vol. 1, pp. 371-550.

 
 Silvia Senz

jueves, 5 de junio de 2014

Autoridad, norma y corrección, 1: autoridad académica y autoridades lingüísticas


A la hora de juzgar la aplicabilidad a un texto de ciertas convenciones formales, uno de los asuntos con los que debe lidiar cualquier profesional de los medios escritos es la interpretación de los conceptos de norma, uso, propiedad, corrección y autoridad, y la identificación de sus fuentes.  
En Addenda et Corrigenda, iniciamos una serie de artículos breves cuya intención es orientar al lector en este sentido. 


Autoridad académica y autoridades lingüísticas: identificación y fuentes

En el terreno de las convenciones formales que afectan a una lengua determinada, una autoridad lingüística es una persona, grupo de personas o institución que establece usos lingüísticos uniformes, acatados y seguidos por los hablantes de dicha lengua en virtud del crédito que tales criterios les merecen.

En español, tradicionalmente se atribuía autoridad a cada uno de los académicos de la Academia y a los que, de forma inconcreta, se denomina «buenos escritores». Pero, como bien dice Martínez de Sousa en su Diccionario de redacción y estilo (Madrid, Pirámide, 1993), «un académico, por el mero hecho de haber sido elegido tal, no se convierte automáticamente en autoridad lingüística, y acaso no lo sea nunca, y, por el contrario, ciertas personas nunca serán académicas, pero no por ello dejan de ser autoridades en campos específicos de la lengua. [...] En realidad, podría decirse que en el campo de la lengua también son autoridades, aunque casi nunca se reconozcan así, los lingüistas y los gramáticos normativos (especialmente los que han escrito obras notables sobre lenguaje). [...] Y se convierten en autoridades, con fundamento o sin él, aquellos autores a los cuales el lector otorga confianza y sigue en sus decisiones, cualquiera que sea el campo del lenguaje del que trate».

Buena parte de los castellanohablantes incurre en el error común de creer que es obligatorio seguir los preceptos de uso lingüístico que la rae establece. Nada más lejos de la realidad: no hay ley que obligue a seguir a la Academia, como reconocen públicamente los propios académicos aunque no se diga en sus obras («Haz lo que te parezca: “Hay reglas que cumplir, pero no son las de la RAE”»). Simplemente puede ser conveniente, para ciertos fines de intercambio (científico, industrial, político y mercantil) utilizar códigos lingüísticos y gráficos compartidos por una comunidad de hablantes, entre los cuales una norma lingüística estándar cumple su función.

No obstante, como se da el caso de que la labor normativa de la rae (y la Asale) tiene límites competenciales (onomástica, toponimia, ortografía especializada [técnica, tipográfica y científica], gramática del texto y terminología), incurre a menudo en arbitrariedades, ofrece una visión muy sesgada y reducida del idioma (y del mundo hispanohablante) y, en consecuencia, se traduce en una producción de instrumentos normativos (particularmente ortográficos y lexicográficos) defectivos y no precisamente modélicos, la autoridad académica no puede dar adecuada respuesta a todas las necesidades de quien trabaja con la lengua (especialmente con la escrita). Ocurre entonces que el usuario debe decidir por sí mismo qué solución adoptar ante un problema gráfico o de expresión lingüística. 
En el caso de los profesionales del idioma, pueden echar mano del conocimiento de su propio código lingüístico y de los fenómenos de transformación que le afectan. Pero siendo estos por fuerza limitados (especialmente en una lengua con las dimensiones de variación del castellano/español) y viéndose constreñido por exigencias laborales de productividad, lo normal y lógico es que finalmente busque los asideros que necesita en otras fuentes que complementan el campo normativo de la Academia, que aportan valiosas precisiones a su doctrina o que incluso la contradicen de forma bien fundamentada, aportando criterios y soluciones más valiosos para el profesional.

Por todo ello, en la bibliografía básica del corrector, redactor y editor de textos siempre deben figurar obras teóricas y de consulta de autores de referencia en diferentes campos que afectan al trabajo textual. Veamos cuáles son las fundamentales (que invito al lector a complementar):

Ortografía usual
Martínez de Sousa, J.: Diccionario de uso de las mayúsculas y minúsculas, Gijón: Trea, 2010, 2.ª ed.
Ortografía y ortotipografía del español actual, Gijón: Trea, 2014, 3.ª ed.

Ortografía técnica, científica y documental
Bezos López, Javier: Tipografía y notaciones científicas, Gijón: Trea, 2009.
— «Bibliografías y su ortotipografía (según la iso 690:2010)», Tex-Tipografía, 03/05/2011: http://www.tex-tipografia.com/archive/bibliografia-iso.pdf 
Martínez de Sousa, J.: Manual de estilo de la lengua española, 4.ª ed., Gijón: Trea, 2012.
Mestres, J. M., J. Costa, M. Oliva y R. Fité: Manual d’estil: la redacció i edició de textos (libro + cd), 4.ª ed., Barcelona: Eumo Editorial/Universitat de Barcelona /Associació de Mestres Rosa Sensat/Universitat Pompeu Fabra, 2009. [Si se tiene la 3.ª ed. (2007), aquí se pueden descargar gratuitamente las actualizaciones de esta edición.]

Ortotipografía
Martínez de Sousa, J.: Manual de estilo de la lengua española, 3.ª ed., Gijón: Trea, 2007.
Ortografía y ortotipografía del español actual, Gijón: Trea, 20014, 3.ª ed.
Mestres, J. M., J. Costa, M. Oliva y R. Fité: Manual d’estil: la redacció i edició de textos (libro + cd), 4.ª ed., Barcelona: Eumo Editorial/Universitat de Barcelona /Associació de Mestres Rosa Sensat/Universitat Pompeu Fabra, 2009. [Si se tiene la 3.ª ed. (2007), aquí se pueden descargar gratuitamente las actualizaciones de esta edición.]
Pujol, J. M., y J. Solà: Ortotipografia: manual de l’autor, l’autoeditor i el dissenyador gràfic, 2.ª ed., Barcelona: Columna, 2001.

Tipografía y edición de librosOrtografía técnica, científica y documental
Buen, Jorge de: Manual de diseño editorial, 3a. ed., Gijón: Trea, 2008.
y José Scaglione: Introducción al estudio de la tipografía, Gijón: Trea, 2011.
Martín, Euniciano: La composición en artes gráficas, 2 vols., Edebé-Don Bosco, 1980.
Martínez de Sousa, J.: Manual de edición y autoedición, Madrid: Pirámide, 1994.
«La diacrisis tipográfica», Español actual: Revista de español vivo: monográfico sobre ortografía y ortotipografía, núm. 88 (2007), pp. 63-80.
Senz Bueno, S.: Normas de presentación de originales para la edición. Originales de autoría y originales de traducción, Gijón: Trea, 2000.
Sharpe, L., e I. Gunther: Manual de edición literaria y no literaria, México: Libraria-Fondo de Cultura Económica, 2005, col. «Libros sobre Libros».
Unger, Gerard: ¿Qué ocurre mientras lees? Tipografía y legibilidad, Valencia: Campgràfic, 2010.
Zavala Ruiz, Roberto: El libro y sus orillas: tipografía, originales, redacción, corrección de estilo y de pruebas, 6.ª reimp. de la 3.ª ed. corregida, México: UNAM, 2005.

Libros de estilo de prensa e instituciones administrativas (en principio, son sólo de validez interna)
Comunidades Europeas: Libro de estilo interinstitucional, Luxemburgo: Oficina de Publicaciones Oficiales de las Comunidades Europeas.
Díaz Salgado, Luis Carlos, y José María Allas Llorente: Libro de estilo de Canal Sur TV y Canal 2 Andalucía,Sevilla: RTVA, 2004.
Martínez de Sousa, J.: Libro de estilo Vocento, Gijón: Trea, 2003.

Introducción a la normalización lingüística, a la planificación y codificación del castellano, y al análisis crítico de los criterios de corrección y de la obra académica
Senz Bueno, S., y M. Alberte (eds.): El dardo en la Academia. Esencia y vigencia de las academias de la lengua española, 2 vols., Barcelona: Melusina, 2001.

Compilación de la norma académica, sistematizada y armonizada
Gómez Torrego, L.: Hablar y escribir correctamente I y II. Gramática normativa del español actual, 2 vols., Madrid: Arco/Libros, 2006. [En proceso de revisión para adaptarse a la nueva gramática académica.]

Gramática descriptiva del español (funcionamiento actual del idioma, sobre todo en España)
Bosque, Ignacio, y Violeta Demonte (eds.): Gramática descriptiva de la lengua española, 3 vols., Madrid: rae-Espasa Calpe, 1999.

Contrastiva catalán/castellano
Rodríguez Vida, S.: Catalán-castellano frente a frente. Errores más habituales de los hablantes bilingües (pról. de J. Ruaix), Barcelona: Inforbook’s, 1997.
Sinner, Carsten, y A. Wesch (eds.): El castellano en las tierras de habla catalana, Madrid / Frankfurt: Iberoamericana / Vervuert, 2008.

Otras obras útiles
Guerra, Antonia M. (coord.): Manual de lenguaje administrativo no sexista, Málaga: Asociación de Estudios Históricos sobre la Mujer (Universidad de Málaga)/Área de la Mujer del Ayuntamiento de Málaga, 2002.
Slager, E.: Diccionario de preposiciones, Madrid: Espasa, 2007.

Gramática del texto y redacción
Bustos Gisbert, J. M.: La construcción de textos en español, Salamanca: Ediciones Universidad de Salamanca, 1996.
Cassany, D.: Describir el escribir, 6.ª ed., Barcelona: Paidós, 1996.
La cocina de la escritura, 4.ª ed., Barcelona: Anagrama, 1996. 
Afilar el lapicero. Guia de redacción para profesionales, Barcelona: Anagrama, 2007.
Zavala Ruiz, Roberto: Sugerencias de redacción (2005), en línea.

Diccionarios de dudas
Martínez de Sousa, J.: Diccionario de usos y dudas del español actual (DUDEA), 4.ª ed., Gijón: Trea, 2008.
Seco, Manuel: Diccionario de dudas y dificultades de la lengua española, 10.ª ed., Madrid: Espasa, 1998.
Nuevo diccionario de dudas y dificultades de la Lengua española, Madrid: Espasa, 2011.

Diccionarios descriptivos (estado actual del castellano en diversas áreas idiomáticas, incluyendo lo privativo de cada área, lo común con otras áreas y lo general)
Battaner, Paz (dir.): Diccionario de la lengua española. Lema, Barcelona: Spes (VOX), 2001. [España.]
Lara, Luis Fernando (dir.), et alii: Diccionario del español de México, 2.ª ed.; México, El Colegio de México, Centro de Estudios Linguísticos y Literarios, 2010. [México.]
Moliner, M.ª: Diccionario de uso del español, 2 vols., 3.ª ed. (revisada y puesta al día), Madrid: Gredos, 2007 (1.ª ed., 1966 y 1967; 2.ª ed., 1998). Ed. en cd-Rom: Gredos, 1998. [General, pero con más contenido relativo a España.]
Seco, Manuel, y Olimpia Andrés y Gabino Ramos: Diccionario del español actual, 2.ª ed., Madrid: Aguilar, 2011. [España.]
Plager, Federico (coord.): Diccionario integral del español de la Argentina [El gran diccionario de los argentinos], Buenos Aires: Tinta Fresca, 2008.  [Argentina y Río de la Plata.]
Vox: Diccionario de uso del Español de América y España, Barcelona: Spes, 2002. (Tb. ed. en cd-Rom.) [General.]

Diccionarios contrastivos
Haensch, Günther, y Reinhold Werner (dirs.): Diccionario del español de Argentina. Español de Argentina-español de España (coord. por. Claudio Chuchuy), Madrid: Gredos, 2000.
Diccionario del español de Cuba. Español de Cuba-español de España (coord.por. Gisela Cárdenas Molina, Antonia María Tristá Pérez y Reinhold Werner),Gredos: Madrid, 2000.
(Otros diccionarios contrastivos de los mismos autores, a punto de publicarse: español de España-español de Bolivia/Ecuador/Perú.) 

Otros diccionarios de utilidad
Blecua, J. M. (dir.): Diccionario general de sinónimos y antónimos. Lengua española, Barcelona: Vox/Bibliograf, 1999.
Bosque, Ignacio, y Manuel Pérez Fernández: Diccionario inverso de la lengua española, Madrid: Gredos, 1987.
Bosque, Ignacio (dir.): Redes. Diccionario combinatorio del español contemporáneo, Madrid: Ediciones SM, 2004.
Buitrago, A., y J. A. Torijano: Diccionario del origen de las palabras, Madrid: Espasa, 1998.
Carbonell Basset, D.: Diccionario panhispánico de refranes, Barcelona: Herder, 2002.
Casares, Julio: Diccionario ideológico de la lengua española, 2.ª ed. (17.ª reimpr.), Barcelona: Gustavo Gili, 1990 (1.ª ed, 1959).
Corominas, Joan (con la colaboración de José Antonio Pascual): Diccionario crítico etimológico de la lengua española, 6 vols., Madrid: Gredos, 1980-1991(1.ª ed., de Joan Corominas, en 4 vols.,1954-1957).
Breve diccionario etimológico de la lengua castellana, 3.ª ed. (reimpr.), Madrid: Gredos, 1987(1.ª ed., 1961).
Corripio, Fernando: Diccionario de ideas afines, 8.ª ed., rev. y puesta al día, Barcelona: Herder, 2004.
Cuervo, Rufino José: Diccionario de construcción y régimen de la lengua castellana, Barcelona: Herder, 1998, 8 vols.
Diccionario de construcción y régimen de la lengua española, 2.ª ed. en cd-Rom. Barcelona: Herder, 2007.
Diccionario general de la lengua española ilustrado Vox, Barcelona: Biblograf, 1997; antes, Diccionario general ilustrado de la lengua Vox (abreviado dgile). Diccionario visual Oxford, (faltan datos bibliográficos), 1996. Duden español. Diccionario por la imagen, 2.ª ed. (corr.), Barcelona: Juventud, 1963.
Prado, M.: Diccionario de falsos amigos. Inglés-español, Madrid: Gredos, 2001.
Seco, Manuel: Diccionario fraseológico documentado del español actual. Locuciones y modismos españoles, Madrid: Aguilar, 2004.

Estilo
Gómez Torrego, L.: Hablar y escribir correctamente I y II. Gramática normativa del español actual, 2 vols., Madrid: Arco/Libros, 2006. [En proceso de revisión para adaptarse a la nueva gramática normativa.]