Desde
hace siglos, e incluso hoy, el discurso normativo sobre el lenguaje,
transmitido al hablante común por los medios difusores que
constituyen la institución educativa y los mass media, abunda en
tópicos, falacias y mitos lingüísticos completamente obsoletos,
pero tan poco rectificados por la divulgación científica que urge
no perder ocasión para iluminar ese oscurantismo con la relativa
claridad que el actual conocimiento del lenguaje nos permite. En los
párrafos que siguen mostraremos bajo esta luz las dicotomías con
las que tradicionalmente suelen clasificarse la lengua natural y la
lengua estándar.
1.
Particularismo / universalidad
Lo
único verdaderamente común y universal a todos los seres humanos es
que comparten
una misma facultad humana
(el lenguaje verbal) asociada a procesos evolutivos de la especie
Homo
sapiens sapiens (especie
humana a la que pertenecemos todos los habitantes de la Tierra), que
se transmite genéticamente. A este respecto señala Jesús Tusón
(2003: 84):
La
tarea prodigiosa que las lenguas han realizado (o que nosotros mismos
hemos acometido con el lenguaje) no es la que ha culminado con las
obras maestras de la literatura y del pensamiento filosófico, sino
otra mucho más esplendorosa: lo que ha hecho posible el despliegue
de la humanidad. Las lenguas, así pues, han sido el factor decisivo
para la emergencia de la capacidad simbólica que nos constituye como
seres pensantes capaces de una grado altísimo de cooperación y
organización social. El lenguaje, entre otros factores de los que
podrían hablarnos los biólogos y los paleontólogos, nos ha
proporcionado unos elementos de desarrollo desconocidos en otras
especies del mundo natural y nos ha permitido que hoy podamos
considerarnos Homo
sapiens sapiens
y no Austrolopithecus
robustus.
Pese
al deseo de internacionalidad que guía la planificación de ciertas
lenguas, como el castellano, ningún estándar puede alcanzar la
categoría efectiva de lengua única mundial, entre otras razones
porque la variedad es consustancial a las lenguas humanas, y siempre
habrá muchas lenguas.
El
hecho de que todas las lenguas del mundo correspondan a un mismo
estadio evolutivo de la facultad humana para el lenguaje se evidencia
también en la presencia de una serie de rasgos comunes a todas las
lenguas, o universales
lingüísticos,
citados de este modo por Moreno Cabrera (2000: 42-45):
1.
Un inventario limitado de sonidos vocálicos y consonánticos y unas
reglas restringidas de combinación de los mismos para obtener
unidades mayores denominadas sílabas;
evidentemente el catálogo de sonidos y el tipo de reglas varían de
una lengua a otra, pero todas ellas disponen de un material fónico y
de construcción morfológica finito.
2.
Un elenco de elementos mínimos con significado, denominados
palabras,
que se forman con una o más sílabas y que se cuentan por miles en
todas las lenguas, compuesto por términos más generales y términos
más específicos. El vocabulario básico de una lengua se sitúa
sobre las 5000 palabras y es el que permite al hablante desenvolverse
en su entorno natural y cultural.
3.
Mecanismos para obtener palabras nuevas a partir de otras ya
existentes por algún medio como la composición, derivación,
parasíntesis, aglutinación o la incorporación.
4.
Reglas de combinación sintáctica mediante las cuales se unen las
palabras para obtener sintagmas y oraciones.
Además,
todas las lenguas humanas disponen de material y recursos suficientes
para desempeñar las siguientes
funciones comunicativas y expresivas,
aunque cada una lo haga de manera distinta:
-
transmitir
información, hacer preguntas y dar órdenes;
-
describir
y narrar acontecimientos;
-
señalar
las relaciones de los hablantes con su entorno;
-
expresar
razonamientos;
-
expresar
lo imaginado, lo soñado o lo visionado, aunque no coincida con la
realidad (esto es: fabular e incluso mentir);
-
expresarse
con elocuencia;
-
jugar
con el lenguaje;
-
desarrollar
procedimientos retóricos;
-
cultivo
estético (según conceptos de lo estético variables en cada
cultura);
-
connotar.
Y
todas las lenguas naturales (todas las hablas humanas) pueden ser
objeto de codificación escrita, elaboración y cultivo.
Por
otra parte, por potente que sea el discurso aplicado a la
naturalización, en la conciencia del hablante, de un estándar como
lengua común, universal, desprovista de particularismos, lo cierto
es que los estándares lingüísticos se crean y se actualizan a
partir de la selección de formas lingüísticas peculiares de
ciertos grupos de hablantes. En el caso del español, la base
histórica del modelo estándar de lengua (el llamado «español
correcto») ha sido muy restringida, claramente localizada y
extremadamente elitista: el habla centronorteña de España del grupo
sociolectal culto y su producción escrita. Aunque la
nueva norma panhispánica amplíe relativamente la referencia
geográfica, la social se mantiene intacta, y el estándar actual es
igualmente escasamente representativo y, por tanto, difícilmente
común y general. Pero incluso cuando se utiliza una lengua mixta
como lengua auxiliar (de intercomunicación) entre grupos de lenguas
nativas diversas (caso del criollo neomelanesio de Papúa Nueva
Guinea) o se elabora un estándar lingüístico tan desprovisto como
sea posible de marcas étnicas, mediante un proceso planificado de
nivelación lingüística (caso del estándar aragonés unificado o
del euskera batua), la lengua resultante —si acaso las presiones
del entorno llegan a hacerla aceptable y a garantizar su difusión
generalizada— no mantiene nunca las características anónimas y
uniformes que le confieren su valor universal, de lengua de todos; al
contrario: al mezclarse con las lenguas o variantes nativas de los
hablantes que la reciben, como toda lengua en uso muta, se
diversifica y se convierte en marca de identidad de un grupo.
2.
Lengua de la calle (vulgar y corrupta) / lengua de instrucción
(culta y perfecta)
Desde
su misma cuna, la Real Academia Española ha contribuido a la
conformación y consolidación de un prejuicio lingüístico en torno
al lenguaje popular, de un lado, y al lenguaje literario y el de las
clases instruidas, de otro, que aún pervive en sus obras más
recientes y que se perpetúa por medio de la enseñanza escolar. Nos
referimos a la idea de que la lengua popular actúa como una fuerza
corruptora del «buen castellano», ese lenguaje
sublime encarnado por la lengua literaria y el habla culta y depurado
en el modelo académico de lengua.
La
tradición académica de estigmatización de la lengua popular se
amplía en el pensamiento lingüístico del hablante común con la
asignación a la lengua oral de la etiqueta social de lengua
de la calle,
vulgar y exenta de méritos, y a la lengua escrita, de lengua
sublime.
Esta categorización nace de la evidencia de que el habla se adquiere
durante la infancia de forma natural, por inmersión social (se mama
desde la cuna), aparentemente sin esfuerzo y sin tener que seguir
instrucción específica alguna, mientras que la lengua escrita
estandarizada requiere a todas las edades un esfuerzo consciente y
exige instrucción específica, así como un continuo refresco,
perfeccionamiento y ejercitación a lo largo de toda la vida; un
aprendizaje y un cultivo, por cierto, a los que no todo el mundo
tiene acceso y que contribuye a distinguir socialmente a las clases
cultivadas como clases socioeconómicamente favorecidas, y a conferir
a sus producciones verbales el codiciado valor del prestigio social.
Tanto
la idea de que la lengua popular es una forma decadente del lenguaje
como la intuición según la cual la adquisición de la oralidad en
la infancia está exenta de dificultad y no constituye mérito
intelectual alguno son falsas. La lengua oral es la forma natural del
lenguaje que adquirimos desde la primera infancia y que se halla en
constante evolución (y no degradación), un proceso de variación
más dinámico y visible entre los hablantes que no modelan su
lenguaje según el canon social y estético que conforma la norma
académica, que entre aquellos que intentan en todo momento sujetarse
a él. Pero su adquisición no es en absoluto un proceso sencillo, al
contrario; simplemente no somos conscientes de su enorme complejidad.
En
contrapartida, el modelo estándar académico (como todo estándar)
es demasiado restrictivo, restringido y artificioso para cubrir las
necesidades expresivas del hablante. Si quiere ampliar sus
competencias lingüísticas y adecuarse a cada circunstancia de
comunicación en la que tenga que desenvolverse, un hablante no podrá
contentarse nunca con el modelo de lengua académico, por mucho que
se lo adornen con calificativos como correcto,
esmerado,
elevado
o prestigioso.
Para
ver satisfechas sus necesidades de desenvolverse en sociedad de forma
lingüísticamente competente, necesitará echar mano, por un lado,
de estandarizaciones complementarias (ortografías especializadas,
terminologías, estructuras propias de diversas tipologías
discursivas...) que adquirirá igualmente mediante el estudio, y, por
otro, del conocimiento de la lengua oral espontánea adquirido a lo
largo de su vida por contacto con grupos lingüísticos heterogéneos,
un saber que seguirá alimentando por el mismo mecanismo de
adquisición natural e inconsciente. Por mucho que el ser humano cree
estándares y se instruya en su manejo, nunca llegará a adquirirlo
del modo espontáneo y natural en que adquiere la lengua oral. La
razón la expresa Juan Carlos Moreno Cabrera (2011) de manera gráfica con
este símil:
Exactamente
igual que por mucho tiempo que haya pasado desde que los caballos en
cautividad llevan silla de montar, no nacen caballos en cautividad
con la silla de montar ya incorporada, hay que hacerla y ponérsela,
se da que por mucho tiempo que lleve existiendo una lengua estándar
escrita, las lenguas naturales no se aprenden de forma espontánea en
esas formas estándares, sino que hay que añadir la silla de montar
posteriormente, en el colegio. Nunca surgirán espontáneamente
lenguas naturales con las propiedades de las lenguas escritas.
3.
Oralidad (= simplicidad, pobreza, agramaticalidad) / escrituralidad
(= complejidad, riqueza, gramaticalidad)
En
la misma línea de los prejuicios sobre la lengua popular y la lengua
literaria culta que acabamos de describir, existe una sostenida
creencia que considera que lo oral es sinónimo de pobreza,
simplicidad y asistematicidad, mientras que lo escrito se caracteriza
por su riqueza, complejidad y regularidad. De esta idea se deriva la
de que no se adquiere plenamente una lengua hasta que no se domina su
código escrito. Nada más erróneo. El lenguaje humano, insistimos,
es eminentemente oral, espontáneo e interactivo, y surge a lo largo
de la evolución del ser humano como forma de intercomunicación,
como sistema complejo de representación cognitiva del mundo (es
decir, como medio para clasificar y manipular la información del
entorno) y como instrumento de organización de grupos humanos, sin
que en ello medie la voluntad humana (ni, que se sepa, la divina). De
haber sido un sistema deficiente, está claro que la raza humana no
habría podido servirse de él para alcanzar su actual estadio
evolutivo como especie. El lenguaje
oral
es, de hecho, un sistema complejo que integra diversos planos: un
plano verbal o lingüístico, un plano paralingüístico, un plano no
verbal (gestual y proxémico) y un plano semiótico-cultural. Que
escribir y leer resulte más difícil que hablar y escuchar no se
debe a que la lengua escrita sea más compleja que la oral, sino a
que no estamos predispuestos genéticamente para la primera, pero sí
para la segunda.
Entre
las razones por las cuales el lenguaje humano se ha desarrollado como
forma oral y no fundamentalmente gestual, Moreno Cabrera apunta la
siguiente (2000: 105):
El
lenguaje humano se ha desarrollado en forma primariamente oral entre
otras razones por la ventaja que supone para la comunicación en la
oscuridad. Durante la mayor parte de la existencia del ser humano,
éste ha tenido que conformarse con los períodos de luz natural.
[...] No es creíble, pues, que las lenguas humanas sean ineficaces
en la comunicación no visual.
Contrariamente
al lenguaje oral, el lenguaje
escrito
es un artificio humano (no natural) elaborado deliberadamente en
ciertas sociedades —no en todas, por lo que no es un rasgo común
de la especie humana—, con diversos fines y aplicaciones, y
enmarcado en una situación de comunicación verbal con
características peculiares y diferenciadas de la comunicación oral,
cuyas diversas formas (sistemas de escritura, tipologías textuales y
estilos) responden a peculiaridades de cada lengua y a distintas
tradiciones y contextos de uso de la lengua escrita.
El
lenguaje escrito cuenta, en relación con el oral conversacional, con
muchas más desventajas que ventajas: tiene a su favor una capacidad
de almacenaje, preservación y transmisión duradera del conocimiento
y de la creación cultural verbal muy superior al de la memoria
humana y la transmisión intergeneracional; y en su contra tiene el
hecho de ser un código comunicativo deficitario, que presenta un
potencial muy inferior de eficacia: no cuenta con las ventajas de la
presencia y reconocimiento del receptor; del feedback
comunicativo
y de la posibilidad de detección y reparación inmediata de
desajustes e interferencias; del refuerzo proxémico, paralingüístico
y no verbal; de la comunicación multicanal... Para suplir estas
importantísimas carencias y optimizar sus ventajas, los artífices
del código escrito (escritores, retóricos, gramáticos,
ortógrafos...) desarrollan paulatina y convencionalmente todo un
aparato de complejas reglas de construcción y de recursos
paratextuales y expresivos, en parte tomados del habla natural, en
parte elaborados.
La
formalización de las artificiosas reglas del código escrito
requiere un análisis y descripción del lenguaje natural en el que
se apoya, así como de los fenómenos de representación y
construcción exclusivos del código escrito. Esta descripción
(materializada en ortografías, gramáticas, manuales de retórica y
estilística...) requerirá a su vez el desarrollo de un
metalenguaje, es decir, de un lenguaje que permita conceptualizar el
sistema descrito, y estará determinada por las teorías lingüísticas
y los modelos de análisis que prevalgan en una época determinada. A
medida que el código escrito evolucione y también lo hagan las
teorías lingüísticas y los modelos de análisis, los términos de
la descripción variarán (o deberían variar).
Además
de ser útil para los teóricos del lenguaje, la descripción de una
lengua se emplea en la enseñanza de las reglas de escritura. Así,
por ejemplo, haber definido el número gramatical y distinguido los
morfemas de singular y plural, y haber establecido categorías y
subcategorías gramaticales como artículo
y
sustantivo, e indefinido
y definido
permite:
-
clasificar
una
como forma femenina singular del artículo indefinido un,
y radio
como sustantivo femenino singular,
-
enseñarle
al niño que el artículo y el sustantivo, en castellano, se escriben
de manera segmentada.
El
problema surge cuando esta clasificación topa con la evidencia de
que la mayoría de formas sustantivas acabadas en -o
en español no son femeninas, sino masculinas. Cuando en la escuela
se le enseña a un niño lo contrario no se le están transmitiendo
simples descripciones de una lengua, útiles para aprender a
escribirla, sino un modelo de lengua establecido en un estándar (el
estándar académico del castellano) en el que se priman las
realizaciones de las élites cultas y del registro escrito, de tal
modo que a menudo se fijan como normativas ciertas formas
lingüísticas que no se ajustan a los patrones de la lengua natural.
Este es el caso del ejemplo que hemos expuesto: el estándar español
consagra la grafía una
radio
y, con ello, el género femenino de este sustantivo, a
contracorriente de la tendencia histórica del castellano a acomodar
las palabras extrañas (cultismos o extranjerismos) a sus propias
reglas; en este caso, a masculinizar los sustantivos acabados en -o
(R.
Menéndez Pidal, 1987: 11 y 213), de la que se derivan la
pronunciación y flexión populares un
arradio, el arradio, etc.,
consistentes con los rasgos endógenos del idioma.
Cuando
ciertas gramáticas supuestamente descriptivas clasifican de
agramaticales estas y otras formas, a sabiendas de que no hay forma
de lenguaje natural sin reglas o con reglas deficientes —porque de
ser así la comunicación entre sus hablantes sería imposible—,
podemos decir que se está incurriendo en una manipulación
deliberada e irresponsable de las ideas que los hablantes albergan
sobre sus variantes, con el fin de promover la adhesión a aquellas
formas que sirven de base al estándar y, con ello, la uniformación
de los usos. Y decimos «irresponsable» porque los efectos de esa
manipulación en el hablante cuya variante es tildada de incorrecta
son siempre la marginación, la inseguridad lingüística o el
autoodio. Cuando, por otra parte, la norma estándar tilda de
incorrecto un uso generalizado en una determinada variedad natural
creyéndolo verdaderamente un desajuste del sistema lingüístico al
que pertenece, muy a menudo se da el caso de que tal uso es
deficientemente comprendido, o no comprendido en absoluto, por el
gramático o la institución prescriptivista que lo reprueba, bien
debido a sus propias limitaciones analíticas, bien debido a que la
información disponible sobre el fenómeno (descripción) es
insuficiente para analizarlo debidamente. Para colmo, este tipo de
excepciones artificiosas a una regla natural dificultan el
aprendizaje de la lengua escrita: cuando, en los puntos de contacto
entre lo oral y lo escrito, mayor sea la distancia que abre el
estándar, tanto más habrá que estudiar sus reglas, y más fallos
habrá en su empleo.
Formas
intermedias entre lo oral y lo escrito
son los registros orales formales o protocolarios: disertaciones en
forma de monólogo o conversaciones ritualizadas, previamente
planificadas según patrones elaborados, sistemáticos y más o menos
fijados.
Todavía
lejos del dominio académico se desarrollan espontáneamente otras
formas de intersección de lo oral y lo escrito a que ha dado pie la
extensión de sistemas de teleconversación escritos (correo
electrónico, chats en línea y mensajes cortos [sms]).
Resultado de ello son nuevas tipologías textuales muy cercanas a la
lengua coloquial, que incorporan recursos de representación de la
información no verbal y paraverbal propios, ajenos a los cánones
establecidos por los gramáticos prescriptivistas y las academias,
para enorme irritación de estos.
Tales formas de oralidad escrita prueban de nuevo los límites
comunicativos de lo escrito y, al mismo tiempo, muestran que pueden
desarrollarse y probarse nuevos códigos de comunicación
interpersonal de manera consensuada, capaces de evolucionar con la
propia deriva tecnológica y las nuevas condiciones de interacción,
sin necesidad de contar con la supervisión y aprobación de ningún
organismo de estandarización.
4.
Lengua inculta / lengua de cultura
Existe
la idea que considera que sólo las lenguas codificadas y con una
tradición de cultivo escrito son lenguas de cultura. Lo cierto es
que hay y sigue habiendo numerosas comunidades humanas con una
tradición exclusivamente oral, cuyo grado de civilización y
sofisticación cultural no se ha visto comprometido por no haber
elaborado estándares para sus lenguas e incluso por ser ágrafas. El
prejuicio que escatima la condición de lengua
de cultura
a las lenguas no codificadas se debe a un entendimiento muy estrecho
del concepto de cultura.
Todas
las lenguas
son
por igual formas de organización social y creación cultural de los
grupos humanos y todas las lenguas permiten la creación estética.
Que una lengua no tenga una tradición literaria escrita no significa
que no tenga tradición literaria oral.
5.
Mutabilidad y variabilidad / fijeza y homogeneidad
Las
lenguas naturales son intrínsicamente variadas y dinámicas.
Trasmitidas en el tiempo intergeneracionalmente y en el espacio por
desplazamiento de su comunidad de hablantes, cambian y se
diversifican de manera constante. Como señala Moreno Cabrera (2008b:
522):
Las lenguas no son entidades unitarias conformadas por
sistemas homogéneos, sino complejos poblacionales de competencias
lingüísticas que están continuamente en interacción y que se
adaptan mutuamente de manera constante.
Así
pues, la idea de que es posible generalizar en el uso oral de la
población de un determinado territorio una forma de lenguaje verbal
artificialmente elaborada según un ideal de regularidad, mínima
variabilidad y fijeza (la mítica lengua perfecta)
carece de fundamento. Tal artificio, una vez se intente aplicar al
habla, se verá irremisiblemente sometido al cambio y la variación.
La
irregularidad no sólo es inevitable, sino que resulta una útil
herramienta que favorece el aprendizaje natural de una lengua. En las
adversas condiciones cotidianas de comunicación,
[...]
la irregularidad sirve para marcar aquellos aspectos de la gramática
y el léxico sobre los que quienes aprenden la lengua deben estar
especialmente atentos. Normalmente, los verbos irregulares son los
más usados y los verbos menos usados son regulares. [...] Es muy
difícil encontrar un verbo irregular que signifique ‘descorchar’
o ‘desencuadernar’, pero es fácil encontrar verbos irregulares
entre los que designan las actividades más frecuentes o útiles de
una comunidad lingüística. Si hacemos regulares todos los nombres y
verbos de una lengua nos encontraremos con un léxico uniforme donde
ningún elemento sobresale sobre los demás, donde nada nos indica
qué elementos son más útiles o frecuentes y qué elementos son más
accesorios. [...] Los seres humanos somos poco eficientes para
aprender listas monótonas de elementos homogéneos; estamos más
capacitados para aprender adquirir, asimilar y utilizar aquellos
sistemas que, dentro de de ciertas regularidades, presentan saltos,
discontinuidades y variaciones que llaman la atención y que nos
orientan. = ¿Cómo se puede llamar la atención del niño que
adquiere naturalmente una lengua sobre el hecho de que en ésta
existen generalizaciones y regularidades que es necesario asimilar?
[...] La mejor manera [...] es presentando algún elemento que rompa
breve o momentáneamente dicho continuidad. [Moreno Cabrera, 2000:
143-145.]
Así
actúan los mecanismos naturales de transmisión del lenguaje
humano:
permitiendo formas asistemáticas, irregularidades del sistema, para
llamar la atención sobre las reglas de funcionamiento del propio
sistema. Esas irregularidades, que nunca sobrepasan las regularidades
de una lengua, como, por ejemplo, ciertas formas de participio
(hecho),
en
contraste con formas regulares (bebido,
comido, dormido, conocido,
etc.), permiten al niño percibir la regularidad del sistema y
producir formas análogas como decido,
que
manifiestan que ha percibido y asimilado esa regularidad; luego, que
la ha aprendido; luego, que está adquiriendo adecuadamente su
sistema lingüístico, y no al contrario.
Asimismo,
y como se desprende de lo dicho sobre el papel de la variación y el
cambio en el funcionamiento del lenguaje, la diversidad lingüística
es un material valiosísimo para el estudio de la facultad humana
innata para el lenguaje:
[...]
el estudio de la diversidad estructural de las lenguas es una vía de
acceso privilegiada para desentrañar los componentes, factores y
propiedades que integran esa facultad humana. =
El
modelo presentado sería compatible con el escenario evolutivo
planteado por Piatelli-Palmarini y Uriagereka (2004), quienes
relacionan la propia diversidad lingüística no sólo con el
surgimiento evolutivo de la morfología (flexiva), sino con el propio
surgimiento de la sintaxis humana moderna. De ser correcto su
especulativo planteamiento, la diversidad de las lenguas no sólo
sería, como hemos concluido, una puerta de acceso privilegiada a la
fl
[facultad del lenguaje] humana, sino también la clave de su propia
evolución en la especie. [Mendívil Giró, 2008: 72-73.]
6.
Alienación / identificación
No
es preciso contar con un estándar para identificar a una comunidad
lingüística.
Como
expresiones culturales, las
lenguas —es
decir, todas y cada una de sus variantes— son
medios de identificación y de caracterización de la idiosincrasia
no sólo del individuo, sino de todo colectivo humano social y
culturalmente cohesionado. Al
poner en evidencia ciertos rasgos comunes a todos ellos,
un
estándar escrito puede servir para promover la identificación a
gran escala de hablantes de geolectos y sociolectos distintos de una
misma lengua. Y ciertas ideas asociadas al estándar (nación,
prestigio, progreso, dominio...) y un apoyo legislativo que garantice
su difusión pueden potenciar su aceptación y su capacidad
identificadora. Como ya hemos señalado al tratar las dinámicas
normativas, esta identificación general que favorece un
estándar se ve limitada por numerosos factores:
-
el
cambio lingüístico y la diversificación de las hablas;
-
el
carácter ilimitado e imprevisible de las situaciones de contacto
interlectal e interlingüístico (ergo, intercultural), mayores
cuanto más variada sea y más expandida esté una lengua;
-
el
carácter impredecible de las condiciones contextuales que las
configuran;
-
la
mutabilidad de los juicios de valor asociados a la conducta
lingüística;
-
el
valor identitario de las variantes particulares.
Con
respecto al español actual, Rainer Enrique Hamel (31/03/2005: en
línea; la negrita es nuestra) define así estas limitaciones de la
capacidad identificadora y unificadora del estándar:
Cuando
se evoca la ideología lingüística de la grandeza, homogeneidad y
unidad de la lengua española, lo que hoy en día constituye un
proyecto impulsado por el gobierno de España, apoyado por consorcios
españoles transnacionales, se olvida que la lengua en abstracto, tan
lejana en su norma «culta» para la mayor parte de la población, no
constituye ni de lejos el único referente de identidad para ellos.
Existen
otras lealtades con las regiones culturales y dialectales, relaciones
de clase, parentesco y etnia; existen rivalidades, odios, guerras,
explotación. Más complicada aún se antoja la relación que guardan
con el español los sujetos bi- o multilingües: indígenas
de todos los confines, hispanos y chicanos, caribeños hispanos cuya
capital es Miami, inmigrantes y herederos de otras tradiciones, clase
alta criolla y gerentes empresariales que van de shopping a L. A. y
buscan sus valores en cualquier parte menos en su propio país. Las
identidades nacionales se fragmentan cada vez más con el
debilitamiento de los estados nacionales. Resurge un fenómeno que se
creía superado: la revitalización de dialectos regionales y
sociales históricamente desprestigiados, como también de lenguas
indígenas, justamente porque ofrecen un referente identitario y un
eficaz medio de comunicación que las distantes lenguas nacionales,
con sus normas «cultas», no les pueden brindar a esta población
tan diversa.
7.
Fragmentación / unidad
Ya
hemos visto que el lenguaje humano es un entramado de hablas, que,
incluso cuando sufre desgarrones por causas extralingüísticas
(genocidio, glotofagia, muerte accidental de un grupo de
hablantes...), es capaz de reestructurar su red de conexiones por
medio de nuevos contactos lingüísticos entre poblaciones. Ello
equivale a decir que ese hilo entretejido que forman las hablas
humanas sólo podría fragmentarse (dividirse en varias tramas
aisladas) si se dividiera a la humanidad en partes, se las dispersara
por el universo y se imposibilitara el contacto entre ellas. Por
tanto, más allá de la ciencia ficción, no
hay base alguna para afirmar que pueda darse una fragmentación
duradera del continuo formado por las hablas humanas.
Hemos
visto también que, sólo a efectos de estudio y clasificación de
las diversas manifestaciones del lenguaje humano, la ciencia
lingüística realiza secciones de hablas interconectadas, obteniendo
de esa compartimentación unidades discretas a las que
convencionalmente denomina lenguas.
Pero esas secciones, esas unidades discretas, son, por así decirlo,
abstracciones científicas. En consecuencia, no
hay tampoco base para sostener que las lenguas existan de hecho como
formas netamente delimitadas y claramente discernibles, ni mucho
menos para afirmar que son un todo homogéneo puesto que están
conformadas por hablas distintas en diversos aspectos.
El
concepto de unitariedad lingüística —como el de fragmentación—,
es, de
hecho
[...]
político y cultural, no lingüístico.
=
Los
lingüistas saben perfectamente que todas las lenguas que se hablan
realmente [...] están constituidas por una serie de variedades
lingüísticas (llámense dialectos
o hablas,
según su amplitud geográfica) que forman una cadena de solidaridad
lingüística con eslabones contiguos o eslabones más separados.
Esto pasa con el euskera, pero también con el español o el inglés
que, al ser lenguas con mayor amplitud geográfica, tienen muchísimas
más variantes lingüísticas que el euskera. [Moreno Cabrera, 2008a:
154; la negrita es nuestra.]
Es
más, los seres humanos conceptualizan las hablas a las que están
expuestos como un sistema autónomo y homogéneo sólo en las
siguientes condiciones:
1)
cuando estas se someten a un proceso de grafización que da como
resultado una representación escrita única para todas ellas;
2)
cuando, en la taxonomía lingüística, se simboliza su pertenencia a
una unidad lingüística agrupándolas bajo un mismo nombre genérico;
3)
cuando se oficializa la existencia de esa lengua concediéndole un
determinado estatus legal, y también
4)
cuando, sobre la evidencia de que una lengua compartida es fruto de
un pasado común (de un contacto entre sus hablantes más o menos
prolongado y sostenido, con o sin predominio de una parte de la
población sobre la otra), se realizan y difunden tres elaboraciones
ideológicas, con fines políticos unitaristas:
- la
idea de que la lengua es la sublimación de una idiosincrasia
consustancial a sus hablantes, que establece entre ellos una suerte
de comunión espiritual (nacionalismo esencialista);
-
la
idea de que la forma estándar común (la académica, en el caso del
castellano), modelada a partir de ciertas variedades de esa lengua,
es la lengua misma —lo que los académicos denominan «el sistema»
del español, aunque el español no sea un sistema lingüístico,
sino un diasistema—, una lengua con mayúsculas a la que todos
deben amoldarse si se quiere evitar que la dispersión de usos la
fragmente en un sinnúmero de formas distintas y desintegre con ello
la cohesión espiritual de sus hablantes;
-
la idea de que a esa lengua, supuestamente representada por el
estándar, sólo puede corresponderle una denominación (aunque en el
uso exista más de una), sin la que resulta imposible agrupar a sus
hablantes en un bloque cultural o político-cultural internamente
compacto y externamente identificable.
Difundido
todo ello entre el colectivo poblacional de hablas categorizables
como una misma lengua, las ideas de unidad y de comunidad cultural
homogénea pueden acabar integrándose en su conciencia lingüística
como una creencia axiomática, aunque la realidad la contradiga.
No
obstante, por mucho que se incida en la elaboración y difusión de
un forma «común» de lengua; por mucho que se quiera convencer a la
población de que la divergencia de ese modelo es algo parecido a una
deficiencia mental, y la sumisión a él, un servicio a la nación; y
por mucho que intenten adoptarlo aquellos hablantes que reúnen
prestigio y actúan como modelo social, lo cierto es que ningún
estándar, llevado al uso real, puede convertirse en la lengua
natural de nadie ni aunque se tomara a una generación entera y se la
educara de forma aislada y exclusiva en ese estándar. Y esto,
insistimos, es por dos razones fundamentales: porque el estándar no
cubre todas las necesidades de expresión del hablante y porque
ninguna lengua en uso puede escapar de la propiedad inherentemente
dinámica del lenguaje natural y de su acción remodeladora de las
hablas. La comunidad que produce y recibe el estándar seguirá dando
lugar a nuevas formas de habla, que mantendrán una conexión más o
menos cercana en función del resultado de la interacción de
diversas fuerzas de signo contrario (convergentes y divergentes). En cualquier caso, cuanto más se extienda lo que se clasifica
como lengua, más se ampliará el hilo concatenado de hablas que la
constituyen, más intrincadas serán sus conexiones, más polimórfica
será en todos los niveles del lenguaje, y más difícil resultará,
por ello, sublimar su «esencia común», en forma de un único
estándar general que la represente y la identifique y que ofrezca a
sus hablantes un espejismo de uniformidad.
Esta
es la paradoja esencial de la política lingüística española: que
sus dos fines fundamentales (unidad y expansión) no sólo resultan
irreconciliables, sino que colisionan irremediablemente.
8.
Confusión / comunicación
Todas
las lenguas y variantes posibilitan la comunicación, y su carácter
mutable, irregular y variado no sume al ser humano en el caos ni en
la confusión. Al contrario: esta flexibilidad
del lenguaje natural es precisamente el mecanismo que garantiza el
entendimiento.
Como señala Juan Carlos Moreno (2000: 141), la variación (en la
pronunciación de los sonidos y en la construcción de las palabras,
enunciados y significados) «hace que podamos entendernos aun cuando
no pronunciemos con exactitud matemática todos los sonidos de una
palabra o construyamos con total exactitud y perfección todos los
componentes de una frase o discurso». Las situaciones más
habituales de comunicación suelen estar repletas de interferencias
de todo tipo; en ese contexto, además, los hablantes suelen
pronunciar un discurso no preparado (elaborado con antelación,
mentalmente o por escrito, y más o menos memorizado), que improvisan
espontáneamente. En estas condiciones:
Si
el menor titubeo sintáctico o semántico o la más mínima
alteración fonética dieran al traste con el mensaje, la
comunicación lingüística sería imposible. Por ello, hay que dejar
un gran espacio para la variación, de modo que las unidades
lingüísticas puedan reconocerse aunque no se realicen de una manera
invariable. = Esta variación necesaria para que la lengua sea un
instrumento utilizable hace que las leyes fónicas y gramaticales
nunca puedan llevarse hasta sus últimas consecuencias, de modo que
las lenguas
presenten una regularidad completa que uniformice y sistematice hasta
el más mínimo recoveco del idioma. [Moreno Cabrera, 2000: 142.]
Dada
la función adaptativa de las lenguas humanas como formas de
organización social y de expresión cultural, el contacto entre
grupos de hablantes de distintas variantes/lenguas no es obstáculo
para la intercomunicación. A lo largo de su historia, ante
situaciones de interacción prolongada entre grupos lingüísticos y
culturales distintos, el ser humano —cuya capacidad innata para la
adquisición de lenguas, especialmente plástica y porosa en la
infancia, suele despreciarse— ha desarrollado dos estrategias
espontáneas de adaptación para la intercomunicación
que le han permitido entenderse con los otros (evidentemente, no de
forma instantánea):
1)
Plurilingüismo,
o
adquisición y empleo de más de una lengua, y plurilectalismo,
o adquisición y uso de más de una variante lingüística
(geográfica o social) de una misma lengua.
En
situaciones de plurilingüismo/plurilectalismo, cabe decirlo, se
establece una jerarquía (Junyent, 1998: 77) en el conocimiento y el
uso de las diversas lenguas/variantes que un mismo hablante llega a
adquirir, en función de:
a)
El orden cronológico de aprendizaje de cada lengua/variante.
b)
La identificación con una lengua/variante, que puede ser de dos
órdenes:
-
interno:
la lengua-cultura con la que el hablante se siente identificado o en
la que se reconoce preferentemente, y que puede no ser su
lengua/variante nativa o primera;
-
externo:
la lengua/variante nativa (la del territorio o grupo de origen);
c)
El grado de competencia, o conocimiento y destreza en el uso de cada
lengua/variante, que puede ser más o menos completa. Según esta,
puede hablarse de:
- sesquilingüismo
(bi
o plurilingüismo/plurilectalismo pasivos),
que permite comprender una o más lenguas/variantes distintas de la
propia, sin hablarlas;
- bilingüismo/bilectalismo
activos, que
supone un conocimiento, dominio y uso efectivo de dos
lenguas/variantes, indistintamente, y
- poliglotismo/polilectalismo,
un grado de capacitación que permite hablar y comprender más de una
lengua/variante con un nivel nativo o avanzado.
d)
Las funciones para las que se usa cada una de las lenguas/variantes
adquiridas.
El
plurilingüismo es la situación más general entre las comunidades
humanas, entre las que la cultura occidental, de matriz europea, con
una antigua tradición de fomento de lenguas únicas expansivas, es la excepción. Como ejemplo de plurilingüismo, Moreno Cabrera
(2000: 74-75) refiere el de los buangos, comunidad lingüística
indígena que vive en siete poblados en el distrito Morobe de Nueva
Guinea, y en la que, por razones históricas, sociales y políticas,
se emplean tres lenguas diferentes —dos de ellas emparentadas,
variantes de la lengua papú— en una convivencia más o menos
equilibrada:
[...]
la suya propia, el buango (lengua papú), el yabén (lengua papú),
[...] utilizada para la evangelización luterana, y la lengua criolla
de base inglesa neomelanesio, idioma común de Nueva Guinea Papúa.
El buango se utiliza en todas las situaciones formales en las que se
dirige la palabra a un buango. En ellas, para los temas religiosos se
puede utilizar también el neomelanesio y el yabén; para los temas
políticos y organizativos, el buango comparte con el neomelanesio el
protagonismo; para los temas tradicionales, el buango es la lengua
que se utiliza exclusivamente. = En situaciones informales se usa el
yabén y el neomelanesio cuando el medio es el escrito y, en el medio
oral, se utiliza normalmente el buango; el yabén y el neomelanesio
pueden usarse en circunstancias especiales, como, por ejemplo, a la
hora de contar chistes.
2)
La acomodación mutua entre distintas comunidades de habla, de la que
resultan dos
formas de convergencia lingüística:
a)
entre lenguas tipológicamente distintas (criollización);
b)
entre variedades lingüísticas distintas de una misma lengua o entre
lenguas genéticamente muy próximas (koineización).
Así
pues, no es precisa la implantación y hegemonía de una lengua nacional
estandarizada para garantizar la intercomunicación entre grupos de
hablantes heterogéneos. En contextos territoriales multilingües
—como los de la propia España y buena parte de América Latina—,
el fomento de habilidades plurilingües en la población supone una forma de planificación en condiciones de mayor equidad,
que permite igualmente la movilidad intra e internacional, fomenta la
armonía intercultural, enriquece la identidades y reduce las
actitudes de subordinación entre hablantes de distintas lenguas;
además, su coste no es, ni mucho menos, tan elevado como a menudo se
pretende.
Un
estándar lingüístico —y no necesariamente un único estándar—
sólo se requiere para facilitar la intercomprensión en situaciones
de comunicación diferida, técnica y de gran alcance (medios
escritos o de comunicación masivos, comunicación especializada y
comunicación internacional), y sólo la necesidad de desarrollar un
sistema de escritura y promover la alfabetización exige la
elaboración de un estándar escrito.
NOTAS
En la planificación lingüística de organismos públicos, que
incide en los aspectos sociales, culturales y políticos
relacionados con las lenguas, no cabe reducir la gestión de las
lenguas al análisis coste-beneficios, pues, como señala Alarcón
(2005: 97), «los análisis coste-beneficio deben ser usados sólo
como información para la toma de decisiones más que para
determinar las decisiones finales. Es más fácil identificar costes
que prever los beneficios de la planificación lingüística,
simplemente porque éstos tienden a ser intangibles».