[Este texto es un muy breve extracto de mi curso en AulaSic «Edición y corrección de textos generalistas».]
Ya comenté en este blog que el desarrollo de la inteligencia artificial en lo relativo a la edición y la corrección de textos en castellano está mucho más que en mantillas. Pero ¿cómo afecta a estos ámbitos profesionales esta limitación de las herramientas de IA de uso más común? Pues de diversas maneras. Combinada con la concentración geográfica de la edición en castellano, la escasa utilidad de las IA está teniendo dos efectos: o (aún) peores publicaciones, o una revaloración del trabajo humano y la descentralización de la labor editorial. Me explico. Como es sabido, España —y concretamente Barcelona— es el centro de publicación mundial en esta lengua, y no sólo en la variedad peninsular central. Autores de todo origen, de ficción y no ficción, publican en Barcelona o en Madrid, pero los editores y correctores locales no tienen recursos para tratar sus textos adecuadamente, y las IA tampoco les son de ayuda. El resultado es o un tratamiento improvisado y chapucero de estas obras o, si se quieren hacer bien las cosas, el recurso a un colaborador nativo de la variante del texto que se edita, con lo que el trabajo editorial en España se externaliza a otros países.
En cualquier caso, las deficiencias que presentan las IA para el castellano conducen, de momento, a la continuidad de una labor exclusivamente humana en este campo, siempre y cuando el profesional que desarrolla la labor textual esté altamente capacitado y siempre y cuando su superior o cliente busque, por su parte, calidad, originalidad, seguridad y fiabilidad en el producto en el que el corrector o el editor textos/de mesa intervienen. Un corrector o un editor de textos bien formados, de alto perfil, todavía son, a día de hoy —y seguramente lo seguirán siendo—, más ágiles, versátiles, originales y eficaces que la máquina pensante por el simple hecho de ser ya no sólo profesionales de perfil muy específico, sino humanos:
1) El corrector y el editor de textos son personas reales, con emociones, empatía, bagaje experiencial y cultural, sentido ético; conectadas con el mundo y con la sociedad del momento, y en comunicación directa con sus superiores o sus clientes y también con los creadores en muchos casos
2) Tienen además un rasgo privativo de los humanos: son hablantes reales y nativos de una lengua (o más de una), con una capacitación biológica innata para la creación y producción verbal, que se comunican oralmente y por escrito a diario con otros humanos y que saben, pues, lo que es la lengua viva y un acto comunicativo complejo.
3) Por su capacitación profesional específica, conocen su idioma a un nivel muy extenso y avanzado (al menos, dominan diversas variedades y registros de este).
4) Por todas estas particularidades humanas y por su capacitación profesional específica, son capaces de hacer cosas que la IA aún no puede conseguir (si es que llega a hacerlo): analizar las características de un texto y de su contenido, contextualizándolo, y detectar y evaluar sus inadecuaciones para el lector al que se dirige, a diversos niveles (generacionales, culturales, gramaticales, léxico-semánticos, ortográficos, ortotipográficos, tipográficos, estructurales, estilísticos...); percibir la elasticidad de la voluntad expresiva del autor y sus sutilezas. Y, en función de todo ello, mejorar la lecturabilidad y legibilidad de un texto o de una publicación, con el respeto debido a las decisiones legítimas de su creador.
En múltiples casos, el trabajo de corrección en concreto va, de hecho, mucho más allá de la aplicación de una serie de reglas ortográficas y morfosintáticas fijas: es más analítico que generativo y más de optimización y adecuación al lector que de normalización. Cuando a un buen corrector se le da el margen necesario para trabajar sin agobios y cuando su remuneración no depende de una irrisoria tarifa por pulsaciones, trabaja con agilidad, eficiencia y fluidez, hace brillar un texto y lo hace mucho más comprensible y disfrutable para el lector. Más aún puede decirse del trabajo de un buen editor de textos, o editor de mesa.
Y en cuanto al editor sénior (el publisher), un profesional serio siempre conocerá mejor que una entidad digital —que ni siquiera vive en la sociedad humana— a los receptores (lectores) potenciales de cada obra y a sus autores y, por supuesto, preferirá seguir sus propios objetivos, criterios e intuiciones en cuanto al peculiar producto editorial que quiere obtener.
Pero tampoco hay que engañarse, porque todos sabemos que, a un nivel empresarial, echar o no mano de IA (incluso sin supervisión) en la creación y producción de textos es una cuestión de ética y filosofía de empresa. Si la IA generativa se ha desarrollado gracias al pirateo de innumerables creaciones humanas sujetas a copyright debido al vacío legal en este terreno y al desconocimiento de lo que realmente es y puede hacer la IA por parte de algunos jueces (cf. <https://www.cedro.org/sala-de-prensa/noticias/noticia/2025/09/12/una-regulaci%C3%B3n-insuficiente-sobre-la-iag-pone-en-riesgo-la-creatividad-y-al-sector-editorial-en-su-conjunto>, <https://www.pagina12.com.ar/858533-pirateria-por-parte-de-una-ia-generativa> y <https://www.theverge.com/news/674366/nick-clegg-uk-ai-artists-policy-letter>, por ejemplo) esta tecnología ya viene marcada de origen por la ausencia de ética y por la apropiación masiva del esfuerzo ajeno (apropiación trazable, de hecho). De modo que, cuando los propietarios de una empresa de servicios lingüísticos, de servicios editoriales o incluso de publicaciones privilegian el beneficio rápido sobre la calidad, la seguridad, la originalidad y la fiabilidad de sus productos o de los resultados que ofrecen a su cliente último, no hay buen profesional humano que valga. Si además el cliente o el lector sólo se fijan en el precio de lo que compran y esperan el más bajo posible, o simplemente no se quejan por las condiciones que presenta el producto que adquieren, ahí sí tenemos un terreno abonado para cualquier desarrollo de IA aplicable al lenguaje, seguramente con nefastas consecuencias en múltiples tipologías de texto (lo estamos viendo ya en la traducción médica y farmacéutica, donde la mala calidad y la baja precisión de lo que se traduce con IA juega con algo tan esencial como es nuestra vida).
La irrupción de la IA en cualquier campo creativo y de producción de textos (entre otros) apenas empieza a regularse, pero se intuye por dónde discurrirá y lo que implicará para creadores y profesionales:
1) Como ya se ha anunciado, en la Unión Europea será obligatorio por ley identificar los productos cuya forma y contenido hayan sido desarrollados mediante IA siempre que la falta de identificación pueda inducir a errores sobre la autenticidad del producto. Como probablemente el uso de la IA cause muchos estragos en las industrias culturales y como la imposibilidad de discernir lo real o lo fiable de un texto o de una imagen generada con IA tenga consecuencias nefastas a un nivel inimaginable, la legislación se acabará recrudeciendo, con lo que finalmente se crearán gamas y etiquetas de producto del tipo humano/no humano/semihumano, entre las que el consumidor podrá elegir, y lo humano se asociará a cualidades superiores.
2) Esta distinción obligará al profesional humano justamente a distinguirse por encima de la IA, con atributos de excelencia, genuinidad, autenticidad, seguridad, ética y fiabilidad. El hecho de ser artífice de productos de gama alta o de productos de desarrollo limitadamente asistido con IA implicará también que el profesional habrá de capacitarse a un nivel excelente, optimizar su metodología y ética de trabajo y, al mismo tiempo, que podrá exigir mejor remuneración y trato laboral.
En todo caso, lo que parece claro es que, por el camino, los profesionales poco versátiles y de bajo perfil irán siendo reemplazados por «máquinas pensantes», sencillamente porque a resultado parecido, por lógica se preferirá lo más barato.
Silvia Senz