viernes, 24 de octubre de 2014

Autoridad, norma y corrección, 3: qué es un estándar y qué diferencia lo normativamente correcto de lo incorrecto


[Viene de: Autoridad, norma y corrección, 2: castellano/español natural frente a castellano/español cultivado. Actualizado el 1 de julio del 2023.]

Un estándar lingüístico no es una lengua X, sino el resultado de un proceso deliberado y planificado de estandarización aplicado a dicha lengua, que implica:

1. La selección de una o más variantes (sociales, geográficas o funcionales [registros y estilo] e históricas) como base del estándar. Las formas lingüísticas que servirán de base del estándar pueden corresponder a:

todos los niveles socioculturales de la lengua actual;

solo el nivel de lengua de los hablantes instruidos;

solo el registro escrito (en el caso de estándares escritos);

solo el registro oral (en el caso de estándares orales);

solo el registro técnico o científico (en el caso de estándares terminológicos);

una combinación de registros (p. ej.: oral, escrito y formal) y de niveles de lengua;

formas históricas, con tradición escrita;

todas las variantes geográficas;

solo una o algunas variantes geográficas.

formas de lenguas extranjeras (lenguas clásicas, lenguas de interferencia o lenguas genéticamente cercanas).

De izquierda a derecha y de arriba abajo: variantes geográficas del español en España, Venezuela, México y Argentina. Solo en cuanto a variantes geográficas, el castellano es una lengua muy rica, dinámica y variada. El estándar idiomático excluye muchas de ellas y recoge solo las formas comunes a las clases sociales cultivadas y a los registros escritos, en todo el ámbito idiomático o en parte de él.


Cuanto más ampliamos la vista sobre un punto del territorio, más variedad geográfica hallamos. Véase en la ilustración izquierda la diversidad de lenguas y hablas solo de la región española de Extremadura. Al mismo tiempo, los mapas dialectológicos varían con cada distribución de un determinado rasgo del idioma, como en el caso del voseo, que se ilustra a la derecha.

2. La criba y la recombinación de ciertos rasgos de las variantes seleccionadas, según una serie de juicios de valor (suplementados con cierta dosis de arbitrariedad) que detallaremos en el próximo apartado.

3. La normativización o formulación de normas de tipo prescriptivo (que recomiendan u obligan a adoptar ciertos usos, marcados como correctos) y proscriptivo (que prohíben otros, marcados como incorrectos).

4. La creación de un sistema de grafía.

5. La codificación, o formalización del modelo de lengua obtenido en diversos códigos normativos, que, para el lenguaje general, básicamente han de ser tres: diccionario general, gramática y ortografía.

Los ámbitos de aplicación de un estándar lingüístico son:

Usos públicos de una lengua: Administración, enseñanza y medios de comunicación públicos.

Usos privados de una lengua: medios de comunicación privados, comunicación empresarial, productos comercializables (libros, revistas, producciones audiovisuales...).

Usos sociales: enseñanza a extranjeros, enseñanza a inmigrantes, enseñanza a adultos.

Usos especializados: comunicación técnica y científica.

Usos locales: Administración, enseñanza y medios de comunicación locales.

Usos regionales: organismos políticos regionales.

Usos internacionales: comunicación y comercio internacional, organismos políticos internacionales.

Un proceso de estandarización sirve a múltiples objetivos de política y planificación lingüística:

reformismo lingüístico;

purificación de la lengua;

uniformismo lingüístico;

expansionismo y asimilacionismo lingüístico;

competencia interlingüe;

comunicación inter e intralingüe;

segregación lingüística;

modernización lingüística;

armonización de estándares;

simplificación estilística;

estandarización de códigos auxiliares;

conservación y revitalización de lenguas;

corrección política.

A lo largo de su historia, los diversos estándares o códigos normativos del castellano/español y sus diversas modificaciones han servido y sirven a múltiples de las funciones que acabamos de enumerar. Véanse algunos ejemplos de ello en estas ilustraciones de sus diversas ortografías, históricas y actuales:

Publicaciones (obras originales y traducciones) en otras ortografías del castellano; de izquierda a derecha y de arriba abajo: la ortografía preacadémica de Gonzalo Correas (reformista), la llamada ortografía de Bello u ortografía chilena (reformista y segregacionista), que fue oficial en diversos países de Latinoamérica hasta bien entrada la década de 1920, y la ortografía (no oficial) del andaluz (modernizadora y segregacionista), usada para la traducción de Er Prinzipito. La ortografía de la RAE es uniformista, dado que su función siempre ha sido unificar y homogeneizar las grafías del castellano en todo su ámbito de uso.


La elaboración de un estándar lingüístico puede quedar a cargo de diversos agentes:

academias de la lengua u otro tipo de organismo estandarizador;

medios editoriales o periodísticos (productores de diccionarios, gramáticas, ortografías y libros de estilo que se adoptarán como modelo de lengua estándar),

y gramáticos normativos, lexicógrafos y ortógrafos.

Las normas en que un estándar se explicita tienen las siguientes características:

1. Son simplificaciones (en diverso grado según el modelo de estandarización que se aplique) de la variedad lingüística presente entre la población afectada.

2. Son excluyentes: instituyen los usos integrados en la norma como patrón de actuación lingüística y rechazan implícita o explícitamente el resto, con énfasis prescriptivos que pueden presentar una gradación que va desde la proscripción hasta la no recomendación de un uso o la recomendación de otro.

3. Tienen un carácter estable hasta que se hace necesario revisarlas, por ejemplo para:

ajustarlas a la evolución de la lengua natural (actualizaciones que suelen hacerse periódicamente);

ampliar el estándar y habilitarlo para nuevas funciones lingüísticas de las anteriormente citadas;

corregir errores e inconsistencias de las propias normas (incorrecciones lingüísticas, problemas de sistematicidad, de congruencia, arbitrariedades normativas...).

4. Tienen un carácter artificial y virtual; esto es, la norma por sí misma no se hace efectiva si no llega a aplicarse.

5. A diferencia de las normas jurídicas, como ya hemos dicho, las normas lingüísticas no implican obligatoriedad de aplicación. Sin ser obligatorias, optar por seguirlas simplemente puede ser conveniente en ciertos ámbitos de intercambio (científico, industrial, político-diplomático y mercantil), donde resulta útil utilizar códigos lingüísticos y gráficos compartidos por una comunidad cultural y lingüísticamente heterogénea de hablantes.

Recordemos que, aunque se aprenda a lo largo de la formación escolar y académica, un estándar lingüístico no se realiza nunca. De hecho, no existe más que en la teoría; en la práctica, la incompleción y el carácter restringido de todo estándar lo inhabilitan para sustituir a las variedades naturales de una lengua, que además de dinámicas,cambiantes y sujetas a influencias de otras lenguas con las que entran en contacto, son expresivamente muchísimo más ricas y variadas. Por fuerza, pues, cuando se adoptan las formas estandarizadas, estas se mezclan con la lengua viva, es decir, con sus variedades sociales y geográficas en uso.

Para garantizar la difusión y aplicación del estándar en los contextos, funciones y tipos de expresión verbal para los que se ha creado, es útil:

la oficialización de la norma;

la promulgación de reglamentos que obliguen a su aplicación (p. ej., a su enseñanza escolar);

la penalización jurídica de las contravenciones a la norma.

Siendo que existe una tendencia social al rechazo de las formas explícitamente coercitivas de implantación de un estándar lingüístico, a menudo su aceptación social requiere la movilización de mecanismos psicosociales que incidan en el conjunto de creencias, aspiraciones y juicios de valor que motivan el comportamiento lingüístico de los grupos de hablantes.

En el caso del estándar académico (de la Real Academia Española, RAE), en su aceptación ha tenido mucho mayor peso el apoyo oficial a la institución y a su norma, que la valoración social. La norma académica se ha mostrado durante siglos muy fluctuante en cuanto a su calidad y su ajuste a las necesidades del usuario. Estas deficiencias han sido subsanadas muy a menudo por especialistas particulares y por los medios escritos (de comunicación y editoriales), que compiten en autoridad con la RAE.

Como se ha dicho, la selección de las variedades (diatópicas, diastráticas, diafásicas y diacrónicas, es decir, geográficas, sociales, funcionales e históricas) y formas (léxicas, gráficas y gramaticales) que servirán de base para componer el estándar se realiza a partir de la aplicación de una serie de criterios de selección de carácter estrictamente funcional en algunos casos, pero en su mayor parte de tipo axiológico en tanto que suponen la asociación de ciertos valores a las variantes y formas seleccionadas. Conocer las razones que fundamentan las normas lingüísticas es el único modo de poder entenderlas y de valorar la idoneidad de su aplicación, e incluso de mejorarlas. En la práctica editorial y de los servicios lingüísticos, si no se conocen estos principios, un corrector o un editor de textos son simplemente loros que van memorizando y aplicando normas sin sentido, sin reflexionar —como es su obligación profesional— sobre su calidad ni su adecuación a las necesidades de un texto, una materia, un autor, un lector, una disposición en la página o una publicación.

Veamos, a continuación cuáles son los criterios de selección que rigen la elaboración de un estándar y que establecen la diferenciación entre usos correctos e incorrectos, con especial referencia a la norma académica del castellano:

1. Criterio diastrático (valor sociocultural). Se avalan las variantes socialmente «prestigiosas», usadas por la gente instruida y por las clases dominantes, a cuyas producciones verbales se otorga un elevado valor. En el origen de este criterio estaría el principio de consensus eruditorum (uso lingüístico de los doctos) de Quintiliano, como modelo de puritas (pureza o corrección en el empleo del lenguaje), opuesto al consensus popularis (uso lingüístico del pueblo) de Cicerón. Este criterio, tradicional en la norma académica, permanece en el Diccionario panhispánico de dudas/DPD (2005) y se aplica especialmente en la Nueva gramática de la lengua española/NGLE (2009), aunque con contradicciones entre ambas obras, que no están armonizadas.

Por una parte, el DPD (s. v. deber; <https://www.rae.es/dpd/deber>) dice:

a) deber + infinitivo. Denota obligación: «Debo cumplir con mi misión» (Mendoza Satanás [Col. 2002]). Con este sentido, la norma culta rechaza hoy el uso de la preposición de ante el infinitivo: «Debería de haber más sitios donde aparcar sin tener que pagar por ello» (Mundo [Esp.] 3.4.94).

b) deber de + infinitivo. Denota probabilidad o suposición: «No se oye nada de ruido en la casa. Los viejos deben de haber salido» (Mañas Kronen [Esp. 1994]). No obstante, con este sentido, la lengua culta admite también el uso sin preposición: «Marianita, su hija, debe tener unos veinte años» (VLlosa Fiesta [Perú 2000]).

En cambio, la NGLE (obra normativa más reciente, que prevalece sobre el DPD) no califica de incorrecto ni deber + infinitivo con sentido de probabilidad, ni deber de + infinitivo con sentido de obligación, aunque recomienda deber + infinitivo con sentido de obligación. Dice: «28.2.2a [...] Debes beber mucha agua expresa, en principio, un consejo o una obligación, mientras que Debes de beber mucha agua transmite una conjetura del hablante, es decir, la manifestación de una probabilidad inferida. No obstante, el uso de deber + infinitivo para expresar conjetura está sumamente extendido incluso entre escritores de prestigio» y cita a García Márquez y a Cortázar, entre otros autores. Luego añade: «Este uso se registra también en textos antiguos. Como perífrasis de obligación [...] deber de + infinitivo también se documenta en textos, clásicos y contemporáneos, con este valor».

La tendencia en la normativa académica es, pues, a seguir los criterios diastrático y de historicidad (que veremos a continuación). Es decir, si el uso deber de + infinitivo con sentido de obligación, que se calificaba de incorrecto antes de la NGLE, lo realizan autores de prestigio y tiene antigüedad en documentos escritos (especialmente literarios, como se verá cuando tratemos el criterio diafásico), entonces se considera aceptable.

2. Criterio de historicidad (valor genealógico y tradicional). Según este criterio, se opta por las formas avaladas por la antigüedad o la tradición: las que se ajustan más al étimo y las que tienen una mayor «solera» escrita o literaria, como ya hemos visto en los ejemplos sobre el criterio diastrático.

Este criterio es el que mantiene en la Ortografía académica (a diferencia de ortografías reformistas, como la de Bello), la hache etimológica no diacrítica y la condena (suave en la NGLE) del laísmo, el loísmo y el leísmo y otros desvíos del paradigma etimológico de los pronombres personales átonos; condena apoyada también en los criterios diastrático y diatópico.

Asimismo, es ateniéndose al criterio de historicidad que la NGLE recomienda seguir usando el pronombre de relativo cuyo en registros escritos y orales formales, pese a reconocer previamente que prácticamente ha desaparecido de la lengua oral en todo el mundo hispánico y tiene cada vez menos uso en el registro escrito (especialmente en el periodístico), donde se ha sustituido por el quesuismo (que su). Así, da preferencia en estos usos a construcciones como Mi cuñada, cuyo marido murió hace un mes, está pasando un mal momento, en lugar del uso al que se tiende: Mi cuñada, que se le murió su marido hace un mes, está pasando un mal momento.

3. Criterio diafásico (valor estilístico). Se seleccionan los usos consagrados por la lengua escrita, particularmente por el registro literario.

En el modelo académico del español, desde el Diccionario de Autoridades, primera obra de la RAE, la lengua literaria ha sido una referencia permanente, a la que se ha añadido, desde el Diccionario panhispánico de dudas (2005), el lenguaje de la prensa.


4. Criterio canónico (valor cualitativo o estético). Se seleccionan los usos consagrados por cierto grupo de escritores o en cierta etapa literaria considerada particularmente sublime por los codificadores.

Tradicionalmente, la norma del español tomó como modelo a los autores de los Siglos de Oro, con la excepción particular de los escritores del barroco. Este criterio guarda relación con la idea de la corruptio linguae, según la cual se entiende la vida de una lengua como un proceso de nacimiento, desarrollo, declive y muerte, que puede detenerse antes de la fase degenerativa mediante la fijación y perfeccionamiento del idioma en el punto de desarrollo que se considere de mayor brillantez, finalidad que guió a la rae durante siglos y que consagró en su lema tradicional «Limpia, fija y da esplendor».

Antes de la reciente renovación del modelo de estandarización académica y del proceso de realización (la mencionada política lingüística panhispánica, iniciada tímidamente en la Ortografía de 1999 y más sistematizada desde el Diccionario panhispánico de dudas en el año 2005), se rechazaban los usos de los autores literarios latinoamericanos.

5. Criterio diatópico (valor geográfico). Según el cual se seleccionan las formas de uno o más centros geográficos.

Tradicionalmente, hasta el Diccionario panhispánico de dudas (DPD, 2005) el estándar del español se ha basado en los usos de las élites cultivadas del centro-norte de Castilla, e incluso de los propios académicos de la lengua como representantes de estas élites. Desde el DPD, este criterio se ha ampliado especialmente al acoger los usos literarios latinoamericanos, pero sigue siendo restrictivo respecto a los usos comunes de la lengua. Sigue siendo bastante excepcional que la norma académica actual avale formas diversas (léxicas y gramaticales, especialmente) de distintos centros geográficos para un mismo uso. Un caso excepcional, en este sentido, de aplicación del criterio diatópico es el de la adaptación gráfica en el DPD del anglicismo jersey (s. v. jersey, <https://www.rae.es/dpd/jersey>):

jersey. ‘Prenda de punto y con mangas que cubre desde el cuello a la cintura’ y, en algunos países americanos, ‘tejido de punto’. La voz inglesa jersey se ha adaptado al español en distintas formas. En España se emplea jersey (pl. jerséis,plural, 1d), que también tiene cierto uso en algunos países americanos: [...]. No es correcto el singular jerséi, ni los plurales jerseys o jerseises. Junto a jersey, existen las adaptaciones yérsey (pl. yerseis), usada sobre todo en América, y yersi (pl. yersis), propia de algunas zonas de Andalucía occidental: «Se puso su yérsey marinero» (Skármeta Cartero [Chile 1986]); «El yersi granate que a tía Blanca se le había quedado chico» (Mendicutti Palomo [Esp. 1991]). Se recomienda adaptar siempre la grafía a la pronunciación, de manera que quien pronuncie [jerséi] escriba jersey, quien pronuncie [yérsei] escriba yérsey y quien pronuncie [yérsi] escriba yersi.


6. Criterio demográfico (valor cuantitativo). Se avalan las formas que emplea la mayoría de la comunidad lingüística cuya lengua es objeto de estandarización.

Criterio democrático por excelencia, tiene poca aplicación en la norma del castellano, dado que, en lo relativo a grupos poblacionales, se prioriza el criterio diastrático, que favorece a una minoría: la clase cultivada. No obstante, hay cambios en la norma ortográfica que se deben puramente a cuestiones de demografía. A esta razón se debe, por ejemplo, la supresión de la tilde en palabras que en España y otros países se pronuncian como bisílabas, y en buena parte de América, mayoritariamente como monosílabas (guión/guion, fié/fie, rió/rio, etc.), que fue una de las principales novedades de la Ortografía de la lengua española (OLE, 2010). En la Ortografía de la RAE precedente (1999, p. 46), si un hablante pronunciaba la palabra guion como monosílaba («guion»), podía no acentuarla, pero si la pronunciaba como bisílaba («gui-on»), entonces podía tildarla (guión). ¿Por qué la Ortografía académico mudó un criterio que satisfacía a todo el mundo? Por el peso de la pronunciación de los mexicanos. Con la reforma del modelo de estandarización del español (la llamada política lingüística panhispánica), la norma se desarrolla especialmente en la Real Academia Española, pero se debate en comisiones interacadémicas y la aprueba el Comité Permanente formado por los directores de las 23 academias del español asociadas en el congreso de la Asociación de Academias de la Lengua Española, Asale (<https://www.asale.org/la-asociacion/politica-panhispanica/xvi-congreso-sevilla-2019>).

Los debates interacadémicos son un tira y afloja entre los diversos usos de cada país. De hecho, en la supresión de la tilde y la consideración de estas palabras como monosílabas a efectos ortográficos (independientemente de cómo se realicen en el habla), aunque se arguyó que los motivos eran la simplificación y homogeneización de las reglas ortográficas, pesaron muchísimo los 100 millones de hablantes mexicanos que puso particularmente sobre la mesa la Academia Mexicana de la Lengua (AML), como comentó el entonces director de la AML, José G. Moreno de Alba, en sus artículos sobre lengua Minucias del lenguaje (<https://www.fondodeculturaeconomica.com/obra/suma/r1/buscar.asp?idPALABRA=108&starts=G&word=%BFgui%F3n%20o%20guion?en>).

De igual modo, la nueva preferencia —con consecuencias legales— que la RAE ha establecido en su última Ortografía para el signo que se emplea como separador decimal, se debe a la prevalencia de este criterio demográfico. Como hemos visto en el apartado 2.1, la norma del BIMP sobre el sistema internacional de unidades (recogida en la norma internacional ISO 80 000) establece que el separador decimal puede ser tanto el punto como la coma; en la legislación española (real decreto 2032/2009, de 30 de diciembre), teniendo el Gobierno prerrogativa legal para establecer en España todo lo relativo al SI, se optó por fijar para este país uno de los dos signos posibles en la norma internacional: el uso tradicional de la coma como separador decimal. Pero entonces se publicó la Ortografía de la lengua española de la RAE del 2010, que cambiaba la preferencia previa por la coma (Ortografía de la lengua española de 1999, p. 52, <http://lya.fciencias.unam.mx/gfgf/ga20111/material/Ortografia.pdf>; y DPD, s. v. coma <https://www.rae.es/dpd/coma>) y daba como preferente el punto.

¿Por qué cambió esta preferencia? De nuevo por razones demográficas, como se ve en el texto de la OLE2010 (p. 666):

En el ámbito hispánico, el uso de cada uno de estos signos (coma decimal y punto decimal) se distribuye geográficamente casi a partes iguales: la coma se emplea en la Argentina, Chile, Colombia, el Ecuador, España, el Paraguay, el Perú y el Uruguay; mientras que se usa el punto en México, Guatemala, Honduras, Nicaragua, Panamá, Puerto Rico, la República Dominicana y Venezuela, así como entre los hispanohablantes estadounidenses; hay también países, como Bolivia, Costa Rica, Cuba y El Salvador, donde se utilizan ambos. Con el fin de promover un proceso tendente a la unificación, se recomienda el uso del punto como signo separador de los decimales.

En España, este cambio de parecer despertó las dudas del Centro Español de Metrología (que realiza la traducción del SI), quien elevó la cuestión a la Abogacía del Estado, que a su vez emitió un dictamen debido al cual se acabó modificando la ley y estableciendo como separador decimal tanto el punto como la coma, tal como hemos visto en el apartado 2.1.

De todos modos, en el estándar académico, el criterio demográfico más bien se impone cuando afecta a la parte más convencional y artificial de la norma, que es la ortografía. El léxico, la morfología, la sintaxis y la pragmática no tienen tanta suerte.


7. Criterio de diasistematicidad (valor cohesivo). Se da preferencia a las formas comunes a la mayor parte de sistemas lingüísticos que componen una lengua (o a todos, si se da el caso), cuya débil marcación étnica favorece, por un lado, su aceptación general, y cuya marca de colectividad contribuye a asentar la conciencia de una identidad común entre los hablantes.

No obstante, cuando se trata de usos lingüísticos léxicos o gramaticales mayoritarios en América (donde radica el 90 % de la población hablante de español), es usual que la norma académica desvirtúe el valor cohesivo de esas formas. Véase, por ejemplo, la valoración que, en el lema amarar (s. v. amarar, <https://www.rae.es/dpd/amarar>) hace el DPD sobre la extensión geográfica de una de las formas recomendadas:

amarar. Dicho de un hidroavión o de un vehículo espacial, ‘posarse en el agua’: «¿Y si un desperfecto nos obliga a amarar en pleno océano?» (Tibón Aventuras [Méx. 1986]). El español dispone de otros verbos con el mismo sentido e igualmente aceptables, como amarizar y acuatizar: «Secuestraron un pequeño avión de turismo y amarizaron cerca de las costas de Florida» (Proceso [Méx.] 8.12.96); «La ensenada de Manzanillo, donde acuatizaban los hidroaviones» (GaMárquez Amor [Col. 1985]). Existe también amerizar, formado sobre amerizaje, adaptación gráfica del francés amerrisage: «Había seleccionado una nave [...] capaz de amerizar en el océano» (Vanguardia [Esp.] 21.7.94). Mientras acuatizar solo se usa en el español de América, los otros verbos se extienden por todo el ámbito hispánico.

En este redactado, la subversión del peso demográfico de América en los usos idiomáticos es evidente. Eliminando los usos del español en América, «todo el ámbito hispánico» es en realidad solo España y, como mucho, Guinea Ecuatorial y Filipinas, donde el uso del castellano es más bien residual.

La última edición del diccionario académico (Diccionario de la lengua española, DLE, 2014; anteriormente, Diccionario de la Real Academia Española, DRAE) subsana en cierta medida este desequilibrio, al recoger amarar y acuatizar como formas sinónimas igualmente aceptables, aunque en los artículos amerizar y amarizar remite a amarar, como forma preferente a las anteriores. Pero, por lo general, y con la excepción de la gramática del 2009, la obra académica —al igual que los consejos de la Fundéu, que casi siempre la reproducen— es muy poco fiable cuando se refiere al español de cualquier otro lugar que no sea España. El DPD es particularmente un desastre en lo referente a los usos divergentes (incluidos los de los extranjerismos y xenismos) entre España y América Latina o entre los distintos países donde el castellano es lengua hegemónica.

Para hacerse una idea del alcance del falseamiento del DPD (a menudo perpetuado en el Diccionario de la lengua española académico) con respecto a la distribución y prevalencia de los usos léxicos, morfológicos y contextuales en el ámbito hispanohablante, es muy recomendable leer este breve (y enojado) estudio del hispanista californiano Andre Moscowitz:

A. Moscowitz: «Evaluación dialectológica del Diccionario panhispánico de dudas», disponible en: <http://www.fundeu.es/files/noticias/G%C3%89NERO-GRAF%C3%8DAS%20%28III%29.pdf>.

O este otro, más humorístico, del traductor Ricardo Bada, donde se explica cómo se eleva a uso habitual en Costa Rica y a norma lo que realmente es una errata de la editorial barcelonesa Tusquets:

R. Bada: «El panhispánico nuestro de cada día», Vasos Comunicantes, 37 (primavera 2007), pp. 106-108; disponible en: <http://www.acett.org/documentos/vasos/vasos37.pdf>.


8. Criterio de autonomía (valor diferenciador). Se prefieren las formas que marcan distancia lingüística con respecto a una lengua dominante. Está en relación con los criterios de genuinidad y de especificidad:

1) Criterio de genuinidad (valor purificador). Cuando se quieren marcar distancias respecto a una lengua dominante cualquiera, se priorizan las formas patrimoniales (las que se ajustan a los patrones fónicos y morfosintácticos más estables del sistema o de los sistemas lingüísticos estandarizables) y endógenas (las que se originan en el propio sistema).

Este criterio es también una constante en la norma del español, especialmente a la hora de regular los extranjerismos y los neologismos, un aspecto que trae especialmente de cabeza a los traductores y a los periodistas. Por ejemplo (DPD, s. v. sándwich, <https://www.rae.es/dpd/s%C3%A1ndwich>):

sándwich. Voz tomada del inglés sandwich —pronunciada corrientemente [sánduich o sánguich]— que designa el conjunto de dos o más rebanadas de pan, normalmente de molde, entre las que se ponen distintos alimentos. En español debe escribirse con tilde por ser palabra llana acabada en consonante distinta de -n o -s (→ tilde2, 1.1.2). Su plural es sándwiches (→ plural, 1i): [...]. Con este mismo sentido, existe la palabra española emparedado, puesta en circulación en el último tercio del siglo xix, cuyo uso es preferible al anglicismo: [...].

2) Criterio de especificidad (valor segregador). Cuando hay proximidad genética con la lengua respecto a la cual se quieren marcar distancias, se seleccionan las formas privativas de la variedad que se quiere estandarizar.

Este criterio se aplicaba en el proyecto de secesionismo normativo del peronismo, y también en diversas propuestas de reforma ortográfica del español, como la de Domingo Faustino Sarmiento.

Si resulta de interés, sobre el proyecto de Perón de desarrollar los códigos de un estándar argentino diferenciado del español, puede leerse un resumen en:

Silvia Senz: «Las crisis del panhispanismo, 1: Peronismo, lengua nacional argentina, independencia lingüística y academias», Addenda&Corrigenda,18/02/2009, en línea: <https://addendaetcorrigenda.blogia.com/2009/021801-las-crisis-del-panhispanismo-1-peronismo-lengua-nacional-argentina-independe.php>.


9. Criterio analógico (valor imitativo). Se prefieren las formas que presentan características análogas a las de las formas preferidas en la tradición normativa de otra u otras lenguas. Así como el criterio de autonomía amplía las distancias con respecto a otras lenguas o variantes, el criterio analógico las aproxima.

El modelo normativo académico no sigue particularmente este criterio. Por ejemplo, en el lema karst, el DPD (s. v. karst, <https://www.rae.es/dpd/karst>) no da preferencia a la grafía habitual en otras lenguas románicas:

karst. ‘Paisaje de relieve accidentado, originado por la erosión química de terrenos calcáreos’. [...] Este sustantivo masculino procede del topónimo Karst, nombre alemán de una región de Eslovenia constituida por mesetas calizas; de ahí que sea mayoritaria, y preferible, la grafía etimológica con k-, frente a carst, variante gráfica también documentada. Para el adjetivo derivado pueden usarse las formas kárstico y cárstico, siendo preferible la primera.

«Karst» es, en efecto, un topónimo en lengua alemana. Ahora bien, la región designada con esta palabra forma parte de tres Estados distintos: Italia, Eslovenia y Croacia. Pero mientras los eslovenos y los croatas la llaman y escriben «Kras», los italianos la llaman y escriben «Carso» (y, naturalmente, dicen un carso y carsico); y los friulanos que viven en el Carso la llaman «Cjars». A pesar de que el castellano, el friulano y el italiano son todas ellas lenguas de la misma familia (románica), el DPD se inclina por una grafía impropia de las lenguas románicas.

10. Criterio de regularidad (valor de homogeneidad y sistematicidad). Se da preferencia a las formas gramaticalmente más regulares y a los paradigmas más homogéneos, lo que supone evitar el alomorfismo.

No es un criterio constante en la norma académica del español, que demasiado a menudo tiende a la asistematicidad de forma gratuita, particularmente en los diccionarios y en su Ortografía. En la crítica del ortógrafo y ortotipógrafo José Martínez de Sousa (de cuya obra la RAE ha tomado abundante contenido; cf. en <http://martinezdesousa.net/crit_ole2011.pdf>) a la Ortografía vigente (2010), se mencionan diversos casos; por ejemplo:

4.5. Sigue la Academia registrando infinidad de palabras de doble y hasta triple acentuación (es decir, palabras con alternancias acentuales), aunque opine que «es un fenómeno de carácter excepcional» (p. 208). En realidad, el hecho de que sigan apareciendo nuevas voces con dos y tres acentos, aunque de vez en cuando se suprima alguna, es suficiente para desanimar a los profesionales de la escritura, que lo que buscan es simplificar y no complicar. En la última edición del DRAE (2001) se cuentan 246 voces que admiten diversas acentuaciones (salvo error u omisión), y la tendencia es seguir aumentando ese número. [...] El gran trabajo, eliminar las no justificadas, está aún por hacer. Por lo demás, es necesario tener clara la idea de que muchas de estas palabras no son biacentuales o alternancias; es decir, que no en todos los casos son sustituibles unas por otras. Por ejemplo, la palabra futbol no se puede intercambiar con fútbol en cualquier contexto, ya que la primera se usa solo en México y el área centroamericana y la segunda solo en España y los restantes países de Latinoamérica. Por consiguiente, ambas voces (como tantas otras en el mismo caso) deben entrar en los diccionarios de forma separada y marcada con la abreviatura [geográfica] correspondiente. [...] La tendencia general en estos casos, por parte de la Academia, debe ser la simplificación del microsistema, eliminando de los diccionarios todas las palabras bi o triacentuales de las que sea aconsejable prescindir. Por ejemplo, [...] nada justifica que la palabra bustrófedon figure también en los textos académicos con las formas bustrofedon y bustrofedón.


11. Criterio de regularidad diacrónica (valor de estabilidad). Se seleccionan las formas que han evolucionado a un ritmo lento y constante. En este sentido, la ortografía propuesta para el andaluz, de la que hemos dado ejemplos (<https://andaluhepa.files.wordpress.com/2019/10/propuesta-de-ortografc3ada-andaluza-epa-actualizada-2019-docx.pdf>), afecta a la variante lingüística peninsular (de España) más evolucionada (es decir, más alejada del latín) y da una forma gráfica más cercana a la fonética de las hablas andaluzas que la ortografía de la RAE, que sigue basándose en la variante más antigua y menos cambiante/más estable del idioma: el castellano peninsular centro-norteño.

12. Criterio funcional. Se prefieren las formas que aportan alguno de los siguientes valores funcionales:

1) Difusión: se prefieren las formas más difundidas porque son las más disponibles, las que tienen mayor amplitud de aplicación y las que están más acordes con las tendencias generales de la lengua.

En la norma académica, es habitual que este criterio se falsee, pues se recomiendan, por razones de uso mayoritario (difusión), formas que en realidad son privativas de unos pocos territorios. Por ejemplo, el españolismo a por, que estuvo proscrito por las gramáticas académicas al menos desde 1880 por «combinar dos partículas incongruentes», ha quedado aceptado, sin vacilación, tanto por el DPD como por la NGLE. Por contra, adaptaciones de sandwich de uso general en muy diversos países de América están proscritas de la norma académica por razones que no se corresponden con la realidad de su empleo (realidad que la Wikipedia sí muestra, tal como es en cada país: <https://es.wikipedia.org/wiki/S%C3%A1ndwich>.):

sándwich. Voz tomada del inglés sandwich —pronunciada corrientemente [sánduich o sánguich]— que designa el conjunto de dos o más rebanadas de pan, normalmente de molde, entre las que se ponen distintos alimentos. En español debe escribirse con tilde por ser palabra llana acabada en consonante distinta de -n o -s (→ tilde2, 1.1.2). Su plural es sándwiches (→ plural, 1i): [...]. Esta es la forma mayoritariamente usada por los hablantes cultos en todo el ámbito hispánico, aunque en algunos países americanos, especialmente en Colombia, Venezuela, Chile y el Perú, circulan adaptaciones como sánduche o sánguche, más propias de registros coloquiales y desaconsejadas en favor de la unidad. [...].

No se entiende por qué en este caso solo se admite una adaptación, en favor de la unidad, mientras que se desechan las formas habituales en el nivel coloquial de diversos países, cuando, por contra, en la voz short (<https://www.rae.es/dpd/short>) se admite chor (pl. chores) como adaptación de short, porque, según el DPD, «comienza a circular» en ciertas áreas de América. Esta afirmación se basa solo en los seis casos de chores que aparecen en el CREA (chor ni siquiera se documenta), cinco de los cuales corresponden a registros orales. El criterio de difusión, pues, se aplica de forma arbitraria y en absoluto sistemática.

2) Diacrisis: se seleccionan las formas que permiten establecer distintividad morfológica y semántica y evitar con ello la homonimia, la ambigüedad y la homografía.

En la norma académica del español, también es este es el criterio que mantiene en la ortografía la distinción [s]/[θ] de [kása], casa, frente a [káθa], caza, aun siendo evidentemente minoritaria dentro del conjunto de hablas hispánicas debido a la generalización del seseo en las hablas americanas y aun en algunas españolas (canarias y meridionales).

3) Inteligibilidad: se avalan las formas que, por su difusión, por su regularidad, por su distintividad, por su tradición, por su carácter diasistemático o por cualquier otro valor se consideran más fácilmente comprensibles. Este criterio se aplica a la hora de sancionar como correctas las formas que evolucionan a partir de cultismos, que son mucho más cercanas al hablante que el propio cultismo. A modo de ejemplo, véase al respecto lo que se dice en el DPD sobre las voces armonio y auditorio (<https://www.rae.es/dpd/armonio> y <https://www.rae.es/dpd/auditorio>):

armonio. ‘Órgano pequeño que funciona con fuelle’. Es adaptación al español de la voz francesa de grafía latinizante harmonium. Su plural es armonios (→ plural, 1a): [...]. Debe preferirse la variante hispanizada armonio a la forma latinizante armónium. Se desaconsejan, por desusadas, las grafías con la h- etimológica harmonio y harmónium.

auditorio. Además de ‘conjunto de oyentes’, significa ‘sala de conciertos, conferencias y otros actos públicos’: [...]. Su plural es auditorios (→ plural, 1a). Debe preferirse esta forma hispanizada a la variante etimológica latina auditórium.

4) Simplicidad: se prefieren aquellas formas que, con un mismo grado de inteligibilidad, presentan menos problemas para el aprendizaje. Este es uno de los criterios que prevaleció en la reforma ortográfica de Bello, que, frente a la de la RAE, se mantuvo como oficial en diversos países de América hasta 1927.

5) Representatividad: se seleccionan las formas gráficas con capacidad de acoger cualquiera de las pronunciaciones vigentes en la comunidad de hablantes a la que se dirige el estándar.

Esta es otra razón, por ejemplo, por la que en el sistema ortográfico del español se mantienen las grafías c ante e, i y z ante a, o, u, correspondientes al fonema fricativo interdental sordo /θ/, aun siendo su realización minoritaria en el ámbito de habla del español. O de que se admitan voces biacentuales porque cada una de ellas se realiza normalmente en una determinada zona hispanoahablante.

Como vemos, pues, es habitual que los diversos criterios aplicados en la selección y codificación gráfica de las formas lingüísticas en uso, para confeccionar el estándar del castellano, a menudo colisionen entre sí, en función del punto de vista que prevalezca en los diversos equipos que elaboran la norma (ortografía, diccionarios y gramática normativos). El resultado de esta colisión es una norma más poliforme de lo que un estándar unitario (unitario porque es el único para un ámbito idiomático tan extenso y diverso como el hispanohablante) pretende y muchísimo más arbitrariamente asistemático de lo que cabría desear.


[Sigue en: «Autoridad, norma y corrección, 4: ¿a qué modelo de estándar pertenece la norma académica?».]

Bibliografía