domingo, 18 de febrero de 2024

¿Qué hacer con las redenominaciones toponímica?​ (Píldoras de estilo editorial, 1)


Por razones políticas, los nombres de lugar de la toponimia tanto mayor como menor sufren de cierta labilidad. Así, es común que, una vez emancipados, los territorios ocupados o colonizados en procesos bélico-políticos expansionistas, cuya toponimia original ha sido sustituida por el ocupante por denominaciones nuevas o deturpadas, recuperen oficialmente sus nombres geográficos originales o les apliquen una nueva denominación más acorde con la propia tradición. O que, acabado un determinado período político, generalmente dictatorial, un mismo país soberabo y sus territorios recuperen su toponimia anterior.

Así, por ejemplo, Maputo, nombre oficial desde 1976 de la capital de Mozambique, sustituyó al topónimo colonial Lourenço Marques (traducido al castellano como Lorenzo Márquez). Ceilán cambió el nombre colonial del país en 1972 por Sri Lanka. Desde 1995, los nombres oficiales de Bombay y Calcuta son las formas más autóctonas Mumbai y Kalkota. La República Democrática del Congo (también conocida como Congo-Kinsasa) se llamó República del Zaire (y el Zaire) entre 1971 y 1997, durante la dictadura de Mobutu Sese Seko, y recuperó su denominación histórica tras el cambio político. Igualmente, la ciudad rusa de Tsaritsin se convirtió en Stalingrad (Stalingrado) durante la etapa soviética (de 1925 a 1961), para convertirse después en Volgograd (‘ciudad del Volga’, Volgogrado en castellano). La antigua capital de Birmania (hoy Myanmar) cambió el nombre colonial inglés de Rangoon (castellanizado como Rangún) por el de Yangon. Y el topónimo Yugoslavia desapareció tras la caída del bloque soviético y la guerra de los Balcanes, dando lugar, después de diversas reconfiguraciones, a la creación de siete países: Bosnia y Herzegovina, Croacia, Eslovenia, Macedonia del Norte, Montenegro, Servia y Kosovo.

Cuando se da el caso de que el topónimo del período imperial, colonial, dictatorial, unitarista, etc., es el que inspira el exónimo e incluso el gentilicio en castellano, y no existe un exónimo ni un gentilicio para el topónimo recuperado o nuevo, surgen dudas y polémicas sobre qué forma usar. La recomendación de las entidades de regulación toponomástica y geográfica (las academias de la lengua no lo son) es adaptarse a las nuevas denominaciones, no sólo por respeto, sino porque son las que aparecen en nomenclátores y mapas y las que nos facilitan su identificación y localización. Durante el período inicial de implantación del nuevo topónimo, para facilitar la transición se aconseja poner entre paréntesis el exónimo anterior. Esta adaptación incluye propuestas de algunos libros de estilo como la de crear un nuevo exónimo adaptado; por ejemplo, tildando la nueva forma: «Mumbái (antigua Bombay)» o «Yangón (antigua Rangún)».

El mismo criterio afecta a transliteraciones al sistema latino de escritura. Por ejemplo, en las romanizaciones de los nombres de Ucrania, hoy se recomienda usar las formas transliteradas del ucraniano, en lugar de las formas rusas anteriores a la disolución de la Unión Soviética en 1991 que se recogen en atlas y mapas previos a esta fecha; así, se usará Cherníhiv (ucraniano: Чернігів) en lugar de Chernigov (ruso: Чернигов) y Odesa (Одеса) en lugar de Odessa (en ruso: Одесcа).

La recomendación de adaptarse a las nuevas denominaciones también responde a una tendencia a usar cada vez menos el recurso de la exonimia. A consecuencia de la globalización y del aumento del poliglotismo entre la población, las distancias son mucho menores, el contacto con nombres extranjeros es mayor y la dificultad de pronunciarlos también se ha reducido.


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